Opinión

Universalismo versus particularismo

El reto para la izquierda de conciliar la lucha por la igualdad desde una perspectiva multifactorial

La izquierda tradicional –ya no sé si universalista y generalista – está sufriendo una crisis electoral en todo Occidente, sin que se perciban síntomas de reacción que corrijan la tendencia. Los partidos de izquierda no están siendo capaces de captar al llamado "votante medio" muy significativo cuantitativamente, y predominantemente moderado en términos políticos. A ello se une la huida generalizada de los votantes jóvenes hacia opciones de extrema derecha expelidos por un sistema que no es capaz de encauzar sus demandas vitales en términos razonables (empleo y vivienda).

Filósofos, sociólogos, y expertos en el pensamiento político abundan en reflexiones al respecto, apuntando causas (más que soluciones) que expliquen tamaña desafección, en contraste con cierta inacción y apatía que se observa entre los actores políticos. Urge entender lo que está ocurriendo, reflexionar y acertar en el diagnóstico, no sea que emulando a Groucho Marx concluyamos un diagnóstico falso con remedios equivocados.

El atolladero de la izquierda –que lo es en buena medida de la democracia– es multifactorial; esto es, se debe explicar desde un análisis complejo de la evolución social operada en las últimas décadas, que contrasta con el estancamiento, el continuismo y la inflexibilidad de la oferta electoral de la izquierda. (lo sucedido en EE UU es paradigmático).

Con carácter previo a la problemática específica de la izquierda, convienen unas palabras acerca de la impugnación de una parte relevante del cuerpo electoral del propio sistema democrático; no otra cosa revelan los abultados resultados de fuerzas de extrema derecha en nuestro entorno, a los que por cierto, ya me adelanto a argumentar que antes que repudiarlos, debemos esforzarnos en escucharlos: desde el desprecio y la afrenta no encontraremos soluciones; al fin y a la postre representan indicadores y preferencias electorales a tener presente, aunque no se compartan.

Vivimos en lo que Daniel Innerarity denomina "sociedades exasperadas" caracterizadas por las decepciones, el rechazo, la angustia y el miedo. Va ganando el "partido de los descontentos", en el marco de una sociedad cada vez más emocional –o con emociones descontroladas– de la que participan las redes sociales y a la que se ven arrastrados los medios de comunicación convencionales. El ecosistema digital ofrece ventajas a quienes garantizan el espectáculo a partir de diatribas temperamentales (en ocasiones provocativas o violentas) frente a los discursos argumentados y matizados, calificados como poco sinceros o faltos de autenticidad. Internet –una revolución de la que todos participamos– ha venido a desestabilizar las democracias liberales tal y como las conocemos, ya que, de acuerdo con las previsiones de Martín Gurri (la rebelión del público) ha contribuido a visibilizar y energizar a los descontentos de siempre. El resultado, nos prevenía, "sería una profunda crisis de autoridad producto de una esfera pública en la que todo el mundo está furioso con el Gobierno, todo el tiempo, y mientras más extremo sea el discurso del ‘outsider’, mas cala en el electorado".

Esto nos conduce a identificar uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, que es de la crisis de la intermediación. Asistimos a una desconfianza creciente con respecto a las instituciones de intermediación democráticas, tales como el periodismo, la justicia, el sindicalismo y la política, sustituidos por filtradores, youtubers, profesionales de la mentira y toda una variada congregación de predicadores digitales, capaces de trasladar la idea de que la lógica del clic y la opinión espontánea sustituye cualquier instrumento democrático para construir opiniones y tomar decisiones bien informadas. Este estado de cosas y la abundancia de datos incontrolados y desorganizados están generando incertidumbre y desconfianza. En más de una ocasión he reivindicado la intervención de los medios de comunicación y los periodistas profesiones como condición imprescindible para entender el mundo y su complejidad, en orden a contextualizar y trasladar valoraciones críticas y solventes.

La política del siglo XXI se desliza hacia contiendas y cruzadas relacionadas con la emigración, el feminismo, el medio ambiente y la seguridad, en clave de batallas culturales segmentadas y estratificadas, rompiendo con el debate tradicional del siglo XX, en torno a la igualdad, la distribución de la riqueza y el bienestar material, y este paradigma perjudica gravemente a la izquierda.

La razón de ser de la izquierda estriba en la búsqueda de soluciones racionales (razón ilustrada) ante un mundo injusto y profundamente desequilibrado. En la medida en que esto se tiende a sustituir por consignas, eslóganes, banderas, ruido y apelaciones identitarias, la izquierda juega en terreno adverso. La tendencia de cierta izquierda a la exaltación de las identidades como espacio para la confrontación política, significado por la defensa del derecho –incuestionable– de determinadas minorías discriminadas como núcleo central de la acción política, ha desplazado la defensa de la igualdad como eje central del discurso político. La asunción acrítica por parte de esta izquierda de los postulados "woke", (lo "woke" no es el enemigo, en cuanto pretende una llamada de atención hacia las minorías, estoy de acuerdo, pero llevado al extremo –y es el caso– produce graves anomalías y distorsiones) que al fin y a la postre, y más allá de la contaminación semántica y de las utilizaciones torticeras, en definitiva no representa otra cosa que la negación del universalismo en beneficio del particularismo, incurriendo de esta manera en contradicción total con los postulados clásicos de la izquierda, constituye el núcleo del problema: los clanes, las tribus y el esencialismo no pueden ser más relevantes que los valores, la equidad y el bienestar material del conjunto.

El "wokismo", en su versión más acerada (con la cultura de la cancelación como secuela) ha encarnado un cambio de paradigma en el seno de la izquierda que transitó de la defensa de la igualdad y los intereses de clase a la promoción de causas sectoriales (minorías, identidad de género, LGTB, etc.) desconectándose de las prioridades reales del electorado (salud, empleo, vivienda, seguridad).

¿Es posible conciliar lo identitario y el particularismo postmoderno ("woke") con la defensa de la igualdad entendida en términos de la izquierda heredera de la ilustración y la razón? Soy de los que me adscribo al ideal de la igualdad y el universalismo antes que a la defensa de los particularismos por muy legítimos que estos sean; no obstante, acaso la solución a este impenetrable enigma pase por propugnar, tal y como señala Seyla Benhabib, un universalismo abierto a una concepción pluralista e inclusiva de las diferencias, que sea capaz de conciliar la lucha por la igualdad desde una perspectiva multifactorial. Admito lo abstracto de la fórmula y su dificultad para articular el planteamiento.

Sea como fuere, no podemos aceptar la idea engañosa de que la suma de las batallas culturales e identitarias diversas sirve a la construcción de una sociedad igualitaria. Se requiere un discurso que sea capaz de articular correcta y equilibradamente lo particular y los intereses de la mayoría.

Probablemente estemos padeciendo un déficit de representatividad política de nuevas realidades emergentes, conciliables y aceptables para el conjunto. No obstante, incluso aquellos que subrayan la defensa de la diferencia deben aceptar intelectualmente la necesidad de una propuesta política global que preserve lo esencial, aquello que afecta a la mayoría. En realidad, el núcleo del problema que atenaza a la izquierda a escala planetaria estriba en un cierto histerismo o sobreactuación en relación con la acogida de toda suerte de identidades que distorsionan el mensaje igualitario e impide gestar y explicar una propuesta generalista aceptable y reconocible por la gran mayoría social.

Los indios de Dakota decían que, cuando descubres que estás montando un caballo muerto, la mejor estrategia es desmontar.

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