Opinión

El arte de ser ilusos

Ser ilusos no es tan malo como lo pintan quienes ven la vida como un simple vía crucis de trámites, obligaciones, compromisos, deudas, renuncias y demás corsés cotidianos que dificultan la respiración cuando no se es capaz de romper amarras. El vértigo de existir es dañino cuando nubla el entendimiento y hace tambalearse las convicciones que más respetamos. Y en ese proceso de desabastecimiento de energías renovables con la mayor frecuencia posible es importante tener claro qué nos proporciona más placer sin necesidad de echar mano a la cartera, tiempos que nos cargan las pilas a coste cero. Las ambiciones que se pagan con dinero no cuentan, ni los objetivos que convierten en escombros los deseos que necesitan exhibirse en un juego de apariencias y engaños para ser tenidos en cuenta. La rutina de vaciarse por dentro es peligrosa porque no avisa, traiciona sigilosamente desde la satisfacción más banal y efímera, mientras la inercia emocional convierte poco a poco los impulsos naturales en peajes artificiales. Hay pistas, claro, o avisos más o menos explícitos que esperan en el camino a ver si les hacemos caso: por ejemplo, la pérdida de sensibilidad ante esos instantes en los que solo nos damos cuenta de su importancia cuando el tiempo ha pasado por ellos y los lleva al lugar que les corresponde en la lista de prioridades. No hay varitas mágicas para pasar a limpio los apuntes que la vida va dictando sin estridencias. Casi en secreto. Sólo sirve, si aún se puede, devolverle a la capacidad de ilusionarse el valor que necesita para sobrevivir, y ahí no solo entra en juego pararse a reflexionar sobre lo que fuimos y somos y querríamos ser, también se hace imprescindible armarse de coraje. Nada épico, nada espectacular. Un desafío íntimo que reste importancia al desencanto y minimice los daños del desengaño. Nunca se sabe: quizá despertar las ilusiones dormidas sea más fácil de lo que parece si aprendemos a rescatar el asombro como el arte que nos hacía vibrar y ser prisioneros de la imaginación cuando éramos niños y el mundo nos parecía un campo de juegos infinitos.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents