Opinión

Pobres maestros

Una reflexión sobre el reciente conflicto educativo en Asturias

Es un mantra extendido en este país criticar a los maestros: que si disfrutan de más vacaciones que nadie, que si cobran más de lo que merecen, que si se jubilan a los sesenta mientras los demás seguimos cotizando… Basta con tener en la familia a un educador -en mi caso son varios- para certificar la ruindad de semejante maledicencia. En el magisterio hay de todo, como en botica. Como en la política, en el periodismo, en la empresa o en el andamio; pero ni conviene ni es justa la generalización. Ni confundir de modo torticero el todo con la parte.

Los formadores sufren la pérdida del principio de autoridad, que es la mejor manera de frenar la creciente indisciplina. Se ven atajados por una monumental burocracia, que obliga a un incesante papeleo. Los maestros son víctimas también de la pérdida de la cultura del esfuerzo, consecuencia de planes educativos ramplones y cambiantes. ¿Hasta cuándo habrá que esperar un gran pacto de Estado para la educación, que acabe con las tremendas desigualdades, económicas o no, entre las distintas comunidades autónomas?

La escuela no es un estacionamiento temporal de niños y niñas, pero tampoco un lugar para cambiar el mundo. No carguen esa responsabilidad sobre los maestros los mismos padres que aparcan a sus hijos con el móvil en casa, en la terraza o en parque para que dejen de dar la barrila. No responsabilicen al educador de que los menores lleguen al aula sin vacunar de intolerancia ante las frustraciones.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents