Opinión

Historias de fontaneros

Ese gran oficio que es la fontanería, con sus herramientas y sus arreglos ingeniosos, sale perdiendo con el desplazamiento semántico al microcosmos político. En política, en los despachos de la Moncloa, durante la transición, los "fontaneros" de Adolfo Suárez tuvieron destreza y altura. Por ahí transcurría todo: se siguió dando agua todos los días al tiempo que se cambiaban las cañerías. La fontanería de la transición democrática, ahora tan menospreciada, se hizo con vigas maestras. Quien haya conocido a aquellos fontaneros de Suárez entiende la rara combinación de versatilidad y solidez. Más que fontanería, la transición fue arquitectura.

Si se habló de "fontaneros" de La Moncloa fue probablemente como eco del todo inadecuado de los personajes de la Casa Blanca que, para proteger la presidencia de Richard Nixon, urdieron la fontanería del Watergate. Aquello activó la maquinación del "impeachment" de Nixon y su salida de la Casa Blanca. Todo comenzó con dudosos ardides para detener filtraciones, como los papeles del Pentágono, hasta el allanamiento de las oficinas del partido demócrata en el edificio Watergate. Entonces, la abuela de uno de los conspiradores de capa y espada, al saber que su nieto se dedicaba a taponar el goteo de información negativa, dijo que su marido –fontanero en Nueva York– estaría orgulloso de tener un descendiente que "retornaba al oficio familiar". Casi todos los fontaneros acabaron mal. Si se espía al partido demócrata y se tiene por enemigo al "Washington Post" las chapuzas se convierten en catástrofes irreparables.

En la acepción menos recomendable de la palabra, con Pedro Sánchez la presidencia del Gobierno ya tiene un tropel de fontaneros, algunos de ellos ministros con cartera. Eso conlleva, generalmente, la incubación directa o indirecta de fontaneros de tropa. Ahí están, en primera página, en uno de los episodios más grotescos y siniestros, figurantes como Leire Díez o Koldo, entre otros, distintas facciones ilícitas en choque y una urdimbre de dinero que nos deja con la boca abierta. Son casos que se correlacionan y van desplomándose en público como las fichas del dominó. Originan conatos de pánico en la Moncloa y llevan al PSOE a una tensión que pudiera tener un efecto en parte equiparable al conflicto dramático entre Largo Caballero y Indalecio Prieto, salvo que ahora la dimensión es liliputiense.

Haya llegado el PSOE a este punto por generación espontánea o por diseño genético, lo cierto es que Pedro Sánchez manda en una Moncloa con los fontaneros arremangados día y noche, más dedicados a defender el búnker que a soldar la nación. La entrada en escena de Leire Díez representa la evaporación de todo escrúpulo, moral o pragmático. Por ahora, los daños colaterales son incalculables.

No tardarán en aparecer crónicas de este momento, como réplica del siglo XXI a las novelas picarescas. Después de tratar de cerca a Alejandro Lerroux, Josep Pla acabó diciendo que ostentaba la mejor cualidad del estadista tradicional de aquellos tiempos: "No tiene ninguna manía".

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