Opinión
Gaza: la mayor cárcel del mundo al aire libre
El desastre humanitario provocado por la guerra entre Israel y Hamás
El año 2013, visitando con unos amigos "Tierra Santa" tuve la ocasión de acercarme a una de las entradas del muro construido como frontera artificial para separar el estado de Israel de la pequeña franja de Gaza, que formaba parte de la entidad política de Palestina. Aquel formidable obstáculo, construido por las autoridades israelitas para dividir los territorios judíos de los árabes, fue una de las imágenes que quedaría grabada para siempre en mi memoria. La metáfora de "cárcel al aire libre", que tiene muy poco de poética, figura desde entonces en el diario de aquel recordado viaje; y la recuerdo muchas veces cuando abro la pantalla de la TVE y contemplo desolado las consecuencias de la invasión tan inmisericorde como destructiva de las tropas de Benjamín Netanyahu. Resulta casi dramático recordar que el padre del actual primer ministro israelí, Benzion Netanyahu, fuera el autor de uno de los mejores estudios sobre la Inquisición española ("Los orígenes de la Inquisición", Barcelona, 1999, ed. en castellano). La primera página de esta extraordinaria obra tiene una dedicación conmovedora: "Este libro está dedicado, con nunca mitigado dolor, a la memoria de mi amado hijo Jonathan, quien cayó dirigiendo un comando de rescate en Entebbe el 4 de julio de 1976)" (Entebbe , un aeropuerto de Uganda).
Gaza es una pequeña franja marítima de la costa mediterránea. Tiene solo 365 kilómetros cuadrados con más de dos millones de habitantes, que la convierte en la región más poblada del planeta después de Singapur y Hong Kong. Contaba con un magnífico aeropuerto y un puerto marítimo, los dos destruidos. Israel controla además abastecimientos tan básicos como el agua potable, la electricidad y todos los sistemas de comunicación. Las ciudades, alguna de relativa importancia, estaban formadas por barrios con casas muy apiñadas y una organización urbanística muy rudimentaria y en ocasiones casi caótica. Desde hace muchos años, la producción agrícola-ganadera, muy baja, no era suficiente para responder a las necesidades de subsistencia que comenzaron a depender en gran medida de la ayuda exterior. Las ONG de carácter asistencial suplían, en lo posible, esas precariedades que podrían considerarse como verdaderamente estructurales. Pero las imágenes tremendas que tenemos de su situación actual son de caos y de destrucción prácticamente total.
La historia concreta de Gaza solo puede explicarse sin el contexto de la de los estados vecinos del Oriente próximo. Fue una provincia más del gran imperio otomano hasta finales del 1917. Desde entonces, su situación socio-política tuvo que soportar, de forma casi sucesiva, la presencia y el dominio de Egipto, Inglaterra e Israel. A finales del siglo XX (1998) fue integrada en el proyecto político del recién creado estado de Cisjordania-Palestina, dominado entonces por el partido laico Al-Fatah. En las elecciones de 2007, ganadas democráticamente por Hamás –una formación política de islamismo radical de corte salafista que terminaría muy pronto en grupo terrorista–, Gaza comienza su último calvario marcado por la impronta de graves conflictos bélicos, en los que el estado de Israel fue siempre su principal enemigo.
Sería grave pensar que el enfrentamiento entre Gaza e Israel es una guerra más de las muchas que jalonan la historia de la humanidad. Sin olvidar que el comienzo del conflicto fue un grave atentado de Hamás contra un kibutz judío donde fueron asesinadas más de mil doscientas personas, la invasión pertinaz de los tanques y aviones de Israel parece perseguir como objetivo final la destrucción total de la población gazatí. No, no es una guerra cualquiera. Muchos políticos ya no tienen ningún reparo en calificar este desastre humanitario como un atentado permanente contra los derechos humanos fundamentales: con todas las características de un auténtico genocidio. El último capítulo de esta "historia de los horrores" es la utilización sistemática del hambre como un arma más de guerra y de exterminio, sin olvidarnos de los miles de niños enfermos de inanición y asesinados con sus padres y su gente.
Muchos de los líderes políticos que condenan a Israel por esta guerra desastrosa proponen como solución la creación definitiva de dos estados, árabe y judío, plenamente independientes y formando parte los dos, con iguales condiciones, en las diferentes organizaciones internacionales: una solución que, hoy por hoy, parece una mera utopía aunque esté llena de buenas intenciones. Hamás nunca reconocerá el estado de Israel y Netanyahu tampoco verá con buenos ojos la consolidación del estado palestino. Releyendo la historia menuda de Gaza-Palestina de los últimos años, la solución del doble estado independiente fue propuesta en varias ocasiones y terminó siempre en otros tantos fracasos. Muchos jefes de gobierno, también de Europa, Pedro Sánchez entre ellos, insisten en la necesidad de bloquear todas la relaciones políticas y comerciales con Israel para forzarlo a terminar con esta espantosa guerra. En principio podría parecer una propuesta razonable, pero, por desgracia, contradice completamente la actual política armamentística de la Unión Europea, de Inglaterra y de USA. Desde 2023 y en pleno conflicto árabe-israelí, 24 países de la UE hicieron negocios de compraventa de armas con Israel por casi mil millones de euros (TCA: Tratado del Comercio de Armas). Esta contradicción resulta todavía más escandalosa, teniendo en cuenta el sistemático apoyo político y armamentista de Estados Unidos. La última solución del inefable presidente Trump, proponiendo a Netanyahu convertir la Franja en una nueva Rivière de la Costa Azul después de expulsar a los gazatíes, podría calificarse de grotesca, si no fuera un grave atentado contra toda suerte de derechos fundamentales. Y parece que el jefe Netanyahu la consideró como una solución viable.
Comprendo que una denuncia sin sugerir posibles vías de salida pueda convertir al autor en un mero "profeta de las desgracias". Parece obvio que la solución de la guerra de Gaza, lo mismo que la de Ucrania y la de tantos otros conflictos vivos, tiene que basarse en un diálogo profundo y en la recuperación del respeto mutuo de las partes enfrentadas. Un final que suponga arrasar a una de ellas por la violencia volvería a hacer realidad el viejo adagio de que "la violencia no engendra más que violencia". Buscar soluciones más precisas supondría conocer a fondo las complejas relaciones geopolíticas de un mundo tan globalizado como el nuestro. En cualquier caso, la paz entre Gaza e Israel no caerá sola del cielo. Tenía razón la profecía laica de Friedrich Nietzsche, condenando la alienación y el escapismo de personas de buena voluntad, incluso muchas de ellas creyentes religiosos: "Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis en quienes os hablan de experiencias supraterrenas. Consciente o inconscientemente son unos envenenadores... La tierra está cansada de ellos; ¡que se vayan de una vez!".
El papa Francisco que tenía relaciones muy estrechas con la única parroquia católica de Gaza (La Sagrada Familia) y conocía de primera mano la grave situación de del pueblo gazatí, se atrevió formular en su autobiografía (XII, 2024) que "lo mejor está todavía por venir". ¡Que así sea! Un precioso poema de Pedro Casaldáliga podría constituir un buen apoyo de nuestra actitud esperanzada en un horizonte tan oscuro propiciado esta maldita guerra: "Espérame sin hora, donde la garza blanca / se posa sin ollar. / Espérame en el río, / que está lejos del mar. / Espérame en la noche de estas tinieblas claras, / sin luz artificial. / Espérame en el sol callado y crudo / sentado a cualquier puerta que convide a sentar. / Espérame más viejo, más joven, más sin años, / más sin tiempo, quizá / más cercano de mí mismo / y de toda verdad / ¡Desnudo y libre, como un niño indio / que no han podido colonizar!".
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