Opinión
Sensación de velocidad
Con la frase "No hay sensación de velocidad" le vendieron a mi padre un Mercedes-Benz a finales de los ochenta. Me acuerdo a menudo de ella. Creo que los comerciales siguen pronunciándola para hacer sentir seguros a los conductores, por mucho que pisen el acelerador. Hay algo en los automóviles, y no digamos su marketing, que remite a la ficción. Curiosamente, al bajarte de un coche, importa poco qué marca y modelo, y echarte a caminar, es cuando tienes la impresión de que vas rapidísimo. Esto yo lo advierto cada mañana, en el momento que mi hija y yo salimos disparados de casa bajo la la sensación de que llegamos tardísimo al colegio. No podemos, al incorporarnos a la acera, no parecer ñus en estampida. Nos pasamos el trayecto adelantando a transeúntes. Casi no hablamos entre nosotros; bastante que nos cuidamos de no arrollar a nadie. Lo penoso es que la historia acaba igual todos los días: llegamos con tres o cuatro minutos de antelación. Nos decimos que al día siguiente caminaremos más despacio, aunque después nunca es así.
El aumento disparatado de la velocidad a la que se suceden las cosas no se discute. El término Gran Aceleración se emplea a menudo para explicar las series de indicadores socioeconómicos, biofísicos, energéticos, tecnológicos… Hay facetas, sin embargo, menos evidentes de nuestra forma de vida, en las que también hemos acelerado. Y una de ellas es la velocidad a la que nos desplazamos a pie de un sitio a otro.
El 22 de agosto de 2006, entre las once y media de la mañana y las dos de la tarde, hora local, investigadores del British Council, a iniciativa del profesor Richard Wiseman, cronometraron en secreto la velocidad a la que caminaban cientos de peatones en el centro de una treintena de ciudades de todo el mundo. Calcularon el tiempo que empleaban treinta y cinco hombres y treinta y cinco mujeres en recorrer un tramo de sesenta pies (dieciocho metros) de acera. Monitorearon a los adultos que se desplazaban solos, e ignoraban a cualquiera que mantuviese una conversación por teléfono o que luchase con bolsas de la compra.
El British Council descubrió que, desde entonces, la velocidad a la que se caminaba era un diez por ciento más elevada. La ciudad en la que los peatones se desplazaban más rápidamente era Singapur. La seguían Copenhague y Madrid. En Blantyre (Malawi) eran con diferencia los más lentos.
Pero han transcurrido casi veinte años desde ese estudio, tiempo en el que las cosas, seguramente las caminatas entre ellas, no han dejado de suceder más y más rápido. Y total ¿para qué? Supongo que para entender menos y peor lo que pasa alrededor, porque a más velocidad menos atención.
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