Opinión
Crónica de un divorcio anunciado
La previsible, inevitable y tóxica ruptura entre Elon Musk y Donald Trump
La ruptura entre Elon Musk y Donald Trump no solo era previsible: era inevitable. Como una muerte anunciada, todos intuían su llegada… pero nadie esperaba lo tóxica que sería. Ese "bromance" sustentado en millones y favores mutuos se convirtió en un espectáculo tan obsceno como peligroso.
Musk, el genio disruptivo que presume de independencia mientras incrementa su imperio con contratos públicos, encontró en Trump al aliado perfecto: un presidente populista que redujo regulaciones, bajó impuestos y convirtió la Casa Blanca en un escaparate de favores. Tesla y SpaceX han acumulado más de 38.000 millones USD en ayudas desde 2008, incluyendo 6.300 millones solo en 2024. Esa inversión cercana a los 300 millones de dólares que Musk destinó a la campaña de Trump fue más rentable de lo que él imaginó: un repunte del 29 % en el valor de Tesla en 2024 añadió decenas de miles de millones a su fortuna.
Trump, por su parte, ensalzó a Musk como estandarte de su cruzada contra el "Estado profundo" y la "burocracia liberal". Pero cuando Musk criticó el "Big Ugly Spending Bill" –alertando del aumento galopante de la deuda y su impacto en sus empresas– y planteó la idea de un tercer partido, el relato MAGA sufrió un terremoto. Trump respondió con amenazas de recortar contratos y subsidios, insultos –"Elon ha perdido la cabeza"– y advertencias a quienes financiaban a sus rivales.
Como consecuencia de este divorcio –quizás el más peligroso de la década–, Musk amenazó con suspender Dragon, la cápsula que transporta astronautas y suministros a la Estación Espacial Internacional. Un farol con visos de chantaje estratégico que, de concretarse, dejaría a Estados Unidos nuevamente atado a Rusia. Y la amenaza no fue afiliada: hace semanas hubo una situación crítica con astronautas tras un fallo técnico en la cápsula Starliner de Boeing y se quedaron en la estación atrapados nueve meses hasta que SpaceX con su cápsula Dragon les rescató.
Además, Musk lanzó un incendiario tuit en X insinuando que Trump figuraba en los archivos Epstein –"Time to drop the really big bomb…"– luego borrado, para dejar claro el nivel de toxicidad de este divorcio. Trump recogió el guante insinuando consumos de drogas y problemas mentales en Musk, y lanzó su habitual ultimátum: "o estás conmigo o contra mí". Musk advirtió: "En tres años quizás ya no estés aquí…".
Y por si faltaba más, Musk llegó a proponer la creación de un "America Party", un tercer partido político en Estados Unidos. Aunque es ciudadano estadounidense desde 2002, nació en Pretoria (Sudáfrica), lo que le descalifica legalmente para aspirar a la presidencia. Un detalle menor, al parecer, para alguien que no necesita ser candidato para moldear el tablero político desde la retaguardia de sus plataformas. Eso sí, en los últimos días Musk ha dado señales ambiguas: tras borrar algunos de sus tuits más explosivos contra Trump, parece que está recalibrando su estrategia a medio plazo. Tal vez no todo esté roto entre ellos… todavía.
Mientras tanto, la cleptocracia de Trump ya ni se molesta en disimular. Su meme-coin en la blockchain Solana –el $TRUMP coin– ha recaudado más de 1.000 millones de dólares, con la familia Trump reteniendo 800 millones y embolsándose unos 320 millones en comisiones. Hoy, ese token sin utilidad real tiene una valoración de mercado que oscila entre 2,2 y 7,9 mil millones USD, según distintas plataformas. Un sistema de influencias y acceso VIP digno de una república bananera, aunque aquí se anuncie con fuegos artificiales y discursos patrióticos.
En otro alarde de distracción política, Trump ordenó enviar la Guardia Nacional a California sin aprobarlo el gobernador Newsom, violando la soberanía estatal bajo el pretexto de unas protestas contra ICE. "Un mal gobernador", dijo, amenazando incluso con arrestarlo por su mala gestión. Algo hilarante porque si gobernar mal fuera delito, Trump estaría tras rejas.
Hoy, detrás de este grotesco espectáculo, hay una amenaza mayor: Estados Unidos –y gran parte de Occidente– depende geoestratégicamente del poder de Musk. No solo de Dragon, sino de Starlink, vital en la guerra de Ucrania para coordinar tropas e infraestructura estratégica. Un poder inmenso en manos de un individuo voluble, capaz de cambiar de opinión en un tuit y desencadenar un conflicto global.
Esta es la crónica de un divorcio anunciado. Y también el epílogo de un sistema que convierte a la democracia en espectáculo y a sus ciudadanos en peones de una guerra sin guion. Porque cuando el poder político y el dinero se fusionan, la democracia se convierte en una pasarela de narcisos donde el que grita más fuerte gana. Al final, la única diferencia entre Trump y Musk es que uno juega con soldados y el otro con satélites. Pero ambos mueven sus piezas con la misma moneda: nuestro futuro. Y en este tablero, los peones –una vez más– somos nosotros.
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