Opinión

Las pipas de girasol al encuentro con uno mismo

Pelaba pipas a mis doce años en una buhardilla en Pravia e iba depositando sobre el alféizar las semillas de girasol, mondas y lirondas, aguantándome cual Job sin ir comiéndolas según las sacaba de la bolsa, y todo por el placer de juntarlas en un bocado, como hacemos por ejemplo con las huevas de oricio. Con mis labios "ariados" (por la sal de los Arias), di al reto una vuelta de tuerca: ¿seré capaz de tirar mi cosecha por la ventana? Lo hice, la aventé a la calle, como quien rompe el cerdito de barro y tira sus ahorros al vacío.

Semejante ejercicio de voluntad y desapego me vino de perlas en el futuro para eliminar cargas materiales, sentimentales y psicológicas; para generar cambios radicales en el cuerpo y en el espíritu; para reinventarme, concederme segundas oportunidades e intentar trascender los límites que la sociedad y yo mismo me imponía. Tirar por la ventana aquellas pipas peladas fue el simulacro para, en el futuro, cuando las cosas no funcionaron como quise, dar una patada al caldero, dejar atrás viejas formas de pensar, comportamientos aburridos o relaciones lastimosas que reprimían mi energía creativa. Deshacerme de las pipas peladas con tanta paciencia me ayudó a dar un paso más y mudar de bisiesto.

No esperéis a que os toque la lotería, a que un rayo de luz os tire del caballo o la muerte os amenace a plazo fijo. Desprendeos de mochilas y manías y levantad el vuelo, nunca es tarde para hacer las cosas bien. Apelad a la revuelta, es decir, a re-volver, a volver a la página en blanco, sin compromisos adquiridos, y realizad actividades que pongan de relieve guapamente vuestro yo profundo y genuino. Ahorcad los hábitos, nombraos caballeros andantes, buscad a Dulcinea o al Príncipe Azul, y ojalá semejante búsqueda os conduzca a topar con vosotros mismos.

Ayer, de paseo por el Fontán, descubrí pipas de la marca Arias ¡peladas! Compré un paquete, fui a casa, subí al tejado al atardecer, lo hago con frecuencia para tocar el violín, y abrí la bolsa de las maravillas. Habían pasado sesenta años desde aquella locura en la buhardilla, y, más que poner a prueba nuevos desafíos, ya soy viejo para saborear la esperanza, reconocí el momento de ejercer la prudencia y agarrar las riendas del tiempo; me senté al borde del tejado, con los pies colgando del alero, y demoré hasta la madrugada comiendo las semillas una por una.

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