Opinión
Y ahora Elías
Sí, ahora se nos ha ido Elías. Demasiados desertores ya de esta vida –me refiero a los históricos relacionados con el mundo del arte asturiano contemporáneo– que hace ya muchos años, más de cincuenta y menos de sesenta, un grupo de ilusos nos reuníamos casi en la clandestinidad y por la proximidad a la Galería Tassili –nuestro cobijo artístico– en los bajos de la Cafetería Rívoli, en la ovetense calle Uría. Y digo ilusos para no decir cándidos porque nos queríamos autoconvencer de que las autoridades no sabían nada de lo que pretendíamos crear: una asociación que velase por nuestros intereses, tantos los meramente artísticos como los otros todavía utópicos a día de hoy que eran los laborales y sindicales. Y allí nació la Asociación Asturiana de Pintores y Escultores y allí se conformó la primera junta directiva, presidida por Miguel Ángel Lombardía, y en la que estábamos Alejandro Mieres, José María Navascués, Bernardo Sanjurjo, Fernando Alba, Adolfo Bartolomé, Elías Benavides, José Santamarina, José Legazpi, Ramón Rodríguez y Jaime Herrero, citados por el orden de aparición en las actas fundacionales. Mieres, Navascués, Legazpi y Jaime Herrero ya se fueron antes, lo mismo que Jesús Villa Pastur, Rubén Suárez y Evaristo Arce –estos tres coadyuvantes desde sus tareas relacionadas con la crítica y la gestión– y de los componentes de aquella directiva desaparece ahora Elías; cinco de diez, demasiados sí.
Mi relación con Elías data de un poco antes, 1972, y fue a instancias de Antonio Gamoneda quien a raíz de una colectiva en la Sala Provincia, de León, que él dirigía, me insistió en que conociese a un artista leonés, afincado en Oviedo que resultó ser Elías. Y así lo hice superficialmente, pero la verdadera relación comenzará al año siguiente cuando hicimos sendas muestras individuales en la Galería Tassili y con José Antonio Castañón como anfitrión que hizo lo posible para que ese lazo no se deshiciese ya nunca más. Después vinieron muchas, muchas cosas; exposiciones en unas u otras salas, críticas o comentarios sobre su pintura, exposiciones colectivas y hasta la creación de un grupo –artístico/ lúdico /gastronómico lo definíamos– de nombre Glayíus en el que nos integrábamos, además de nosotros dos, José Santamarina, Consuelo Vallina, Juan Manuel Monte y Calixto Fernández, grupo con el que viajamos, expusimos, reímos, comimos y disfrutamos de inquebrantables amistades en muy distintas localidades. El estudio gráfico Elías+Santamarina también sirvió de apoyo a muchas horas dedicadas a la Asociación –que yo había pasado a presidir–; mucho tiempo también a pergeñar distintas ediciones de la Bienal de Oviedo y ¿por qué no decirlo? a acarrear resmas y resmas de papel, pedidas erróneamente y que hubo que transportar al quinto piso en el que se ubicaba el estudio.
Muchas cosas en pos del arte, viajes a París y a Venecia –Venecia, quién podría pensar entonces lo que iba a ocurrir– en pos del arte y muchas letras no sé si bien o mal pergeñadas que Elías me solicitó en no pocas ocasiones para presentar algunas de sus exposiciones. Al repasar el texto con el que prologaba la exposición que llevó a cabo en 1980 en la Casa de Cultura de Avilés, encuentro una frase utilizada con posterioridad por muchos críticos y que Elías siempre me recordaba y en la que decía que la suya era una pintura que materializaba el eterno proceso germinación /putrefacción. Desgraciada e inesperadamente él, como lo estaremos todos antes o después, ya está involucrado en ese proceso. Pero para nuestro consuelo nos quedarán en herencia material sus diseños, sus pinturas y sus grabados que, estoy seguro, muchos sabrán apreciar y disfrutar. Pero, por encima de eso, nos dejará a quienes bien lo conocimos, otro legado que en este caso será intangible: su bonhomía, su socarronería y su sencillez y naturalidad en el trato. Admito y quiero los dos legados pero del segundo, del inmaterial, estoy muy orgulloso de haberlo disfrutado y de saberme desde siempre su amigo y, en ocasiones, cómplice.
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