Opinión
Los gatos no vuelan
Hay gatos curiosos, tranquilos, que creen que son tigres y luego está "Melón". Un gato pelirrojo con ojos como dos pequeñas lunas ámbar que brillan incluso cuando todo lo demás parecía apagado, con 8 años, pero lleno de energía, y con un espíritu explorador que, como pronto descubrirían sus tutores, estaba dispuesto a poner a prueba algunas leyes de la física. Vivía con su familia en un décimo piso. Una vida tranquila. Hasta que una noche cualquiera esa tranquilidad se rompió.
Sus tutores volvían a casa y entrando al portal de su edificio se encontraron a "Melón". Herido, tumbado, respirando con mucha dificultad. No podía moverse. Tenía sangre en la boca, los ojos muy abiertos… pero seguía vivo. En ese momento, no sabían qué había pasado. No imaginaban que había saltado o caído desde el décimo. Más de 30 metros.
Lo envolvieron con cuidado y lo llevaron directamente a la clínica veterinaria más cercana. Lo pasamos directamente a la sala de reanimación. En esos casos la prioridad es estabilizar al animal. Y ahí vimos el primer gran problema: neumotórax. Un término técnico que significa que había aire dentro de la cavidad torácica, fuera de los pulmones, comprimiéndolos e impidiendo que se expandieran. Sin intervención, puede ser mortal. Hicimos punciones en ambos lados del pecho para extraer el aire acumulado. A medida que íbamos aspirando el aire, "Melón" respondía bien y comenzaba a respirar con normalidad. A continuación, encontramos más daños: una fractura complicada en la cadera, una pata delantera rota y signos claros de hemorragia interna, lo que explicaba su grave anemia. El cuerpo de Melón estaba destrozado por dentro, pero había esperanza. Y eso bastaba. Una vez estabilizado, salimos a sala de espera para hablar con sus tutores, comentar la situación y dejarles claro todas sus dudas. Les comentamos que los procedimientos podrían ser muy largos, costosos y que había posibilidades de que no saliese adelante. Ellos no lo dudaron y accedieron a todo.
Durante los días siguientes, "Melón" se convirtió en parte del equipo. Pasó por dos transfusiones de sangre, tres cirugías y nada menos que 19 días de hospitalización. A veces comía con ganas, a veces no. A veces nos miraba con desconfianza, otras veces ronroneaba cuando lo acariciábamos. Pero cada día que pasaba, estaba un poco más cerca de volver a casa. Y así fue. Tras casi tres semanas de cuidados intensivos, de pruebas, de tratamientos y de cariño, volvió con su familia. Más flaco, con alguna cicatriz, pero con la misma mirada que tanto nos marcó al verle. Y lo más importante: con la promesa silenciosa de que ninguna ventana se quedaría abierta nunca más.
El Síndrome del Paracaidista Felino es lo que explica la historia de "Melón" y no es un caso aislado. Se refiere a los casos de gatos que caen desde grandes alturas: balcones, terrazas, ventanas. A veces por curiosidad, a veces por un pájaro que pasa volando, a veces simplemente porque están jugando. Lo curioso y contraintuitivo es que los gatos que caen desde alturas muy elevadas tienen, en ocasiones, más posibilidades de sobrevivir que los que caen desde alturas medianas.
¿Por qué? Porque al tener más tiempo de caída, el gato logra relajarse, extender las patas y adoptar una postura parecida a la de un paracaidista. Así, el cuerpo desacelera mejor antes del impacto. Esto no significa que salgan ilesos, pero sí que, sorprendentemente, muchos sobrevive aunque con lesiones graves.
Y aquí va el mensaje importante: esto no es magia. No es excusa para bajar la guardia. Los gatos no vuelan. Algunos no lo cuentan. Otros, como "Melón", lo cuentan por muy poco. Por eso, si vives en altura, no lo dudes: protege tus ventanas y balcones con redes o sistemas de seguridad. La curiosidad felina es irresistible, pero también puede ser peligrosa.
El caso de "Melón" no es solo una anécdota veterinaria. Es un recordatorio claro de que los animales no siempre saben medir el peligro, pero dependen de nosotros para evitarlo. También demuestra hasta qué punto la medicina veterinaria y la dedicación diaria de un equipo clínico puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
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