Opinión
31/12/1988
El segundo nacimiento de Pipo Prendes, el cantante que lleva su asturianía sensata por el mundo
El bicho de la música le había picado de bien niño a Pipo Prendes, pero fue un cantante callejero de tangos, en su Candás del alma, el que le terminó de inocular el veneno de la armonía. Tendría unos nueve o diez años cuando Pipo comenzó a soñar con un micrófono. Su voz la escuchó de guaje hasta "Pablo vi" (de ver), como llamaba al Papa Montini alguien de su pueblo que no conocía los números romanos. Recuerda hoy como si fuera ayer las dulces palabras que le dirigió el santo pontífice lombardo, destacando su procedencia asturiana y dedicándole una bendición especial, que la madre de Pipo guardó emocionada siempre. Cosas de la vida: en la Ciudad Eterna vería la luz su primer disco.
Prendes nació dos veces. La segunda fue el fin de año del ochenta y ocho del pasado siglo, en una discoteca de su localidad natal, frisando la treintena. Una potente descarga eléctrica al tomar el micro le hace de inmediato vagar entre nubes de colores, con una paz imposible de reproducir. Desfiló ante sus ojos la película entera de su existencia, y percibió esa claridad cegadora al final del túnel que tantos ven en sus experiencias cercanas a la muerte. En aquellos breves instantes sin pasado ni futuro, hasta le vino a saludar un amigo que se había quedado pegado al teclado tiempo antes por una sacudida similar. Cuando despertó de aquello no se creía que hubieran transcurrido tantos sucesos inexplicables en tan poco tiempo. Y sigue con la misma duda, muchas décadas después.
Rondar la parca le ha servido a Pipo Prendes para conocer mejor la profundidad del vivir. Y de detenerse en "las tres bes" que ha llevado a alguna canción: hacer el bien, hacerlo bien (o tratarlo) y pasarlo bien. Hay un cantautor y una persona antes y después de la Nochevieja del ochenta y ocho. Y la que se ha mantenido desde entonces es la de un artista con sentimiento, con una garganta que vibra en cada tema, que nota esas célebres mariposas cada vez se sube a un escenario. Como la primera vez.
Ha interpretado su repertorio por mil lugares. Y llevando al Principado en su guitarra, que es lo mismo que llevar a América. Julio Iglesias le dijo a Tico Medina que Pipo tiene una voz limpia, honesta y verdadera. Y los centros asturianos del nuevo continente la han escuchado entusiasmados. Sus habaneras pueden rebautizarse como argentineras, peruaneras o mexicaneras. Unen a esta tierra verde y montañosa con la que huele a tabaco y a brea.
Hay una Asturias que se ve reflejada en esos cantos a la mar. Donde no hay sidra, ni gaiteros ni tonada. Solo despedidas en el muelle, empapadas en lágrimas. Una puerta de salida y entrada entre salitre, como la que interpreta magistralmente este monstruo de la canción y la asturianía sensata y normal.
Me encanta llamar Pipo a los que otros llaman, no me digan porqué, Xosé. Y reconocer que el Pipo que volvió a nacer el 31/12/1988 es un tipo de primera, que se ha pateado la asturamérica cantando melodías inolvidables.
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