Opinión
Convocar elecciones
No he leído la carta de Sánchez a la militancia porque no soy militante, como tampoco leí las epístolas a la ciudadanía y sí soy ciudadana. Contrariamente a los que se quejaban porque el presidente no comparecía, una estaba encantada, porque Sánchez solo le gusta cuando calla y le provoca rechazo siempre que tiene que verlo en televisión, ya desde los terribles tiempos de la pandemia, y no porque crea que sus explicaciones no son necesarias y exigibles, sino porque, acostumbrada a sus mentiras, considera tiempo perdido escucharle. Hubo una época en que el apuesto candidato le parecía buena opción por moderado y patriota. Hace mucho.
Paso a paso, mientras se mantenía en una presidencia a la que llegó para acabar con la corrupción a fuerza de desdecirse de sus promesas, para muchísimos es hoy un hombre sin convicciones que solo defiende su interés y que está provocando –en compañía de otros– un daño irreparable a las instituciones, a la democracia, al prestigio de España, a la credibilidad de la clase política y a la presunción de honradez de su partido.
Sostenido por unos socios que le arrancarán todo lo que puedan por muy sólidas que puedan ser las sospechas de corrupción que le rodean o precisamente por ellas, sin embargo sigue habiendo gente buena que le apoya. Y una no entiende que toda esa gente buena no urja a su líder carismático, víctima del odio de la derecha confabulada con la UCO que filtra informes –nauseabundos sí, pero eso es lo de menos– a que convoque elecciones para legitimarse una vez más.
Según Tezanos, hace poco el PSOE arrasaba. Por mucho daño que hayan podido hacer las revelaciones de actividades puteras, viles y mafiosas, sus incondicionales le votarán. Que les deje. Ni moción de confianza, ni comités, ni que los críticos se lo digan en la cara si se atreven y demás maniobras distractivas. Unas buenas elecciones que le ratifiquen como el líder mejor valorado según el CIS y le legitimen sobre el olvido del comando papeletas, el pequeño, el barriguitas, y el Koldo, que este, encima, ni siquiera era amigo suyo.
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