Opinión

Castel Gandolfo

"León XIV recupera la costumbre de pasar las vacaciones en Castel Gandolfo", dice el titular. Ah, qué delicia de noticia entre tanta basura y podredumbre, trinques, puteros, corruptelas, hedor, audio y dinerales. Por si faltaba algo, sale a escena una actriz porno que intenta llevarse un disco duro de la casa de Ábalos. No sabemos si el disco era normal y se puso duro cuando ella lo cogió.

Por lo que se ve, Francisco había convertido la residencia papal de tan legendario y cinematográfico lugar en un museo y se quedaba en Roma los estíos. Tampoco es mal sitio. Yo pasaría el verano en Roma. Moviéndome con una Vespa roja, claro, tomando café de un sorbo en una tacita blanquísima y muy pequeña, zascandileando por las callejas, almorzando pasta y echando grandes siestas, hasta que el calor afloje y pueda uno lanzarse de nuevo a la calle o a los museos, con un ventanal que diera a la Plaza de España.

Castel Gandolfo, qué nombre, cuanto sugiere esa pequeña localidad a unos 20 kilómetros de Roma. La gran belleza, la gran decadencia, los largos veranos. Suena, Castel Gandolfo, a viejo encabezamiento de noticia añeja, a teletipo de hace cincuenta u ochenta años.

Aromas como de siglo XX que se entreveran en los malos olores de la actualidad. Pasar las páginas del diario y toparse con Castel Gandolfo, mejor con foto, es demorarse un momento en el hecho mismo de que la vida nos puede ofrecer otra cosa, otra estética, otras excursiones mentales. Pasa uno de imaginar a Ábalos en pelotas o a Cerdán en su casoplón de Chamberí, con Koldo trayendo champán, a imaginar cómo se vive en un palacio en Castel Gandolfo, con toda la mar enfrente y la perspectiva de pasear hasta una recoleta y pequeña pizzería donde dan vino rosado fresco en porrón y una camarera venida del Sur habla en suave siciliano mientras el sol se desangra en el horizonte.

León XIV recupera una tradición. Se aleja del foco mediático. Medita. Se retira del mundanal ruido. Él que puede. Todos deberíamos tener un Castel Gandolfo mental: un sitio donde ir y refugiarnos aunque fuera solo imaginariamente. Con olor a salitre, tomate y azahar.

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