Opinión
Todos somos herencia
Juan Vázquez, exrector de la Universidad de Oviedo, recibió el viernes un tributo en el Paraninfo con la presentación del libro "Una pasión universitaria. Escritos en homenaje al profesor Juan A. Vázquez", acto en el que estuvo acompañado por Ignacio Villaverde, máximo responsable académico en la actualidad. Bajo estas líneas, se reproduce íntegramente el discurso que pronunció el economista durante el acto
Todos somos herencia. La mía se remonta a tiempos que casi resultan ya remotos y que remiten a un lugar, las cuencas mineras asturianas, a una época, la de la España en blanco y negro del franquismo, y a unos padres que me inculcaron un sentido del trabajo como fuente de dignidad.
Juan, el minero que me enseñó el coraje, y María Agustina, la maestra que me abrió la vocación por la educación. Junto a esos orígenes, mi gran fortuna ha sido la de una vida compartida con la bondad, la entrega, el amor de María José (Zamora), con esa discreción suya para ser imprescindible, pasando desapercibida, con el cariño, la sensibilidad y la inteligencia de Juan, un hijo que sólo nos ha dado alegrías en todo lo que ha hecho, y que con Inma nos ha regalado ahora a esas nietas parisino-malagueñas asturianas que son Luna y Chloe. Bueno, he empezado por esto porque es lo más fundamental de mi vida, lo que ha hecho que todo fuese posible gracias a ellos, y a veces incluso a costa de ellos.
Las historias, además, se deben a la casualidad en muchas ocasiones. Por azar, cuando iniciaba el bachillerato, se abrió un colegio en Pola de Lena, que no sólo me permitió escapar del espanto pedagógico de la Academia de Moreda, sino que fue el puente para forjar decisivamente mi personalidad en los años universitarios en Madrid, en el Colegio Mayor Chaminade, donde bullía la inquietud intelectual, cultural y social, y donde el destino me hizo cruzarme con Rodolfo Gutiérrez y forjar ese trío de amigos del alma que se rompió con la muerte prematura de nuestro recordado Juan Alfredo. Por casualidad también tuve la suerte de ser alumno de José Luis García Delgado, el año en que obtenía cátedra en la recién creada Facultad de Económicas de Oviedo, y que me ofreciese acompañarlo para frustrar una incipiente carrera de ejecutivo por la más prometedora de profesor universitario.
Una casualidad
Aquella casualidad hizo posible otras, para ir siguiendo la estela del maestro en la cátedra, en el decanato y en los felices años de la UIMP (Universidad Internacional Menéndez Pelayo), y gozar permanentemente de un magisterio que pronto, además, se acompañó de una verdadera amistad. Gracias, José Luis. El azar quiso igualmente que fuese el primer rector del siglo XXI de la Universidad de Oviedo, y me otorgó el privilegio de tomar el testigo, cien años después, de uno de los grandes, de Fermín Canella, para celebrar nuestro cuarto centenario.
Y seguro que hubo más azares, más momentos que me permitieron acertar a coincidir con el tiempo, a mí que hay quien piensa que llegué demasiado pronto, demasiado joven, a demasiadas cosas. Pero sé que es hora de otras generaciones, y que cada oleada de tiempo deposita de modo distinto su aluvión. Pero justamente por eso reivindico con orgullo una generación como la mía, que disfrutó un ciclo completo de paz y prosperidad, que contribuyó a modernizar España y lograr su integración europea, que soñó y alcanzó futuros mejores, porque las nuestras no fueron vidas predeterminadas, en que el pasado equivalía al futuro, como escribió Ignatieff, sino que nosotros gozamos de enormes oportunidades de movilidad social.
En fin, que para que mi ser pese sobre el suelo, como en el verso de Ángel González, a cuyo doctorado honoris causa, rodeado de poetas en este paraninfo, debo una imagen imperecedera de mi rectorado, para eso ha sido necesario un ancho espacio y un largo tiempo, por los que se adentra este libro que hoy se presenta. Gracias de todo corazón a tantos que lo habéis hecho posible. Gracias al rector Villaverde, a sus colaboradores en el rectorado, a los miembros del equipo rectoral, y si me permitís, en particular al gerente José Antonio Díaz Lago, que fue gerente también en mi mandato.
Al servicio de publicaciones, por su cuidado en la edición, y a quienes de un modo u otro habéis participado en esta obra. Sé, querido rector, querido Nacho, cuánto empeño y afecto has puesto en este acto, que nos devuelve al lugar donde habitan tantas cosas compartidas por ti y por mí, compartidas para siempre, y que me harían decir hoy muchas cosas, pero que voy a resumir en una. En expresarte hoy el orgullo, la satisfacción, la recompensa, de que tú seas mi rector en el momento de mi despedida universitaria.
Gracias especialmente a los autores, porque sois los verdaderos protagonistas del libro, y cada una de las líneas que habéis escrito es para mí un generoso regalo. Gracias, en fin, a los imprescindibles, a los editores, a Begoña Cueto y Javier Mato, por promover la iniciativa, por el acierto y la flexibilidad, para componer este libro complejo y casi heterodoxo, aguantándome a mí en algunas observaciones. Un libro con más de 100 autores, y sobre todo por el cariño que habéis puesto, que sé que habéis puesto.
El almacén de González Besada
Una gratitud que quiero hacer extensiva a quienes habéis compartido algún momento de mi trayectoria, mis compañeros de la facultad desde los inicios en el almacén de González Besada, a mis equipos rectorales y a colaboradores en el rectorado, y a tantas personas en la universidad, las instituciones, los medios de comunicación, las empresas y la sociedad, por los que siempre me he sentido muy bien tratado. Con los años me he dado cuenta de que a veces es más difícil salir que llegar a los sitios, y por eso he procurado dejar la universidad con una discreción que ahora se rompe ya con este acto. No soy de los que cree que la jubilación sea algo jubiloso, sino más bien un difícil reto de reubicación social, de introspección personal y de aceptación de la fragilidad que acechan con el paso del tiempo.
He recibido diversos tipos de reconocimientos, pero me parecen singularmente universitarios los que, como este, toman la forma de libros. Por eso valoro tanto este que ponéis en mis manos, que he leído con avidez y curiosidad, como podéis imaginar, con pudor e incluso con rubor, en algún caso, por la generosidad de vuestras palabras, un libro que me ha hecho aprender incluso sobre mí mismo, y desear que fuese cierto lo que decía Borges, que uno acaba pareciéndose a como lo ven. Lo valoro especialmente, además, por evitar una sucesión de glosas inútiles y concebirse como el relato gozoso de trayectorias compartidas y la celebración de un tiempo vivido en plenitud.
Y, además, porque no es un libro solo sobre mí. He dejado testimonio de mi obra en la biblioteca creada en mi departamento, que agradezco al director y aprovecho para pedir a Patricia Suárez que ayude a cuidar y conservar. Pero este es más bien un libro sobre una época y la aproximación a la biografía colectiva de cómo hubo muchos momentos en que nuestras vidas fueron juntas y en amistad.
Permitidme que dedique el resto de esta intervención a decir brevemente algo sobre cada una de las cuatro partes que componen el libro, en una especie de diálogo figurado con los autores y a que me invita vuestras contribuciones. La primera parte es de reencuentro con colegas responsables de las políticas universitarias de aquellos apasionantes años de mi rectorado y de la presidencia de la CRUE. Un grupo de protagonistas destacados, entre los que hoy nos acompañan, muchas gracias por ello, Rafael Puyol, Federico Gutiérrez Solana, José Manuel Moreno, Antonio Arias o José Ramón Chaves, ellos junto con otros, nos ofrecen un conjunto, yo creo que único y valioso, de ensayos con sus visiones sobre los cambios y los retos del sistema universitario en estas pasadas décadas.
Sus contribuciones me han hecho preguntarme si merecieron la pena los esfuerzos que entonces desplegaron. Y decididamente creo que sí, porque hoy tenemos una universidad indudablemente mejor. Mereció la pena trabajar por encontrar la senda zigzagueante que nos condujese a Europa y al encuentro con Latinoamérica, contribuir al tránsito de la cantidad a la calidad, de la Universidad cerrada a la universidad abierta, inculcar la cultura de la evaluación y procurar poner vida donde sólo había normas.
Aunque es cierto que algo no debimos hacer bien para que pasado el tiempo persistan problemas enquistados, hayan crecido los desvaríos burocráticos, hayan arraigado sistemas de incentivos que han encerrado a muchos profesores en sus despachos, rompiendo los vínculos que componen una verdadera comunidad de ciudadanía universitaria. Lo estimulante de esos ensayos obliga a mirar no sólo por el retrovisor, sino también hacia el horizonte de las nuevas tendencias que pueden alterar el funcionamiento de la universidad. La autonomía y la libertad académica se ven amenazadas desde los extremos tanto de las cancelaciones woke como de las intromisiones de nuevos inquisidores.
Cambio de paradigmas
La progresión de los medios convive en ocasiones con la confusión en los fines. Fenómenos como la inteligencia artificial revolucionan el panorama ofreciendo formidables herramientas y oportunidades, pero comportan al mismo tiempo un cambio de paradigmas con enormes implicaciones y retos para el sistema universitario. La envergadura de este tipo de desafíos se percibe en muchos ámbitos.
El cultivo académico de la inteligencia resulta casi pintoresco ante los prescriptores de nuevas verdades absolutas. Las certezas se imponen a las dudas, la audacia a la reflexión y la teoría se supedita muchas veces a la pulsión imparable de la acción. Los ritmos del pensamiento sucumben a la velocidad de un caudal desbordado de información.
En fin, incluso a veces hasta los libros parecen transformados en manuales de instrucciones mientras que en la virtualidad se diluye la calidez de la relación personal. No es extraño, pues, que cuando la universidad ha perdido el monopolio ve amenazada su hegemonía en la educación superior y que haya incluso quienes cuestionen su propia necesidad. Pero justamente por eso se hace más imprescindible que nunca una institución como la universitaria que eso sí, tendrá que repensarse, rearmarse y encontrar nuevamente su sitio en una sociedad que está mudando de tiempo.
Quiero creer que la universidad sabrá responder a estos retos sin renunciar a sus esencias como ámbito de libertad, valores y creatividad. Como espacio de reflexión que busque respuestas, pero no deje de hacerse preguntas y cultive la sabiduría y el pensamiento para convertirse en la universidad del bienser, como ha dicho Emilio Lledó, que es mucho más que la del bienestar. Convenciones como estas son las que me han llevado a vivir la pasión universitaria que da título general al libro y a la segunda de sus partes.
Pasión en todas las facetas de mi actividad académica y que me ha brindado la mejor de las recompensas, la de los estudiantes en los que haya podido dejar alguna huella. Siento que forman parte de mí cada uno de sus alrededor de diez mil alumnos que he tenido representados hoy aquí por Jonás. Muchas gracias, Jonás.
Y su recuerdo y testimonios todos los que se han recogido en las páginas de este libro son el mayor elogio y el mayor orgullo de mi vida como profesor. Una pasión que traté que me acompañase en todos los peldaños de mi trayectoria desde los inicios en una facultad viva como la de Económicas, donde, como recuerdan con emoción fundadores como Álvaro Cuervo o el propio José Luis García Delgado, primaban la colaboración, el encuentro y estilos universitarios que por desgracia han ido decayendo. En todas partes sobró olvido, decía Benedetti, y no podemos dejar de celebrar como se merece la brillante historia de una facultad que cumple 50 años y encarga de decisivos retos para romper inercias y afrontar con solvencia su futuro.
Pasé igualmente en la fascinante etapa de esa universidad del sueño que era la UIMP, reino de la improvisación programada, de la imaginación desbordada, de la intensidad permanente como estilo de vida, del más difícil todavía como lema de trabajo. Jamás viví un espacio de encantamiento como ese, habitado tan sorprendentemente de emociones, experiencias, sensaciones, en una vorágine frenética de idas y venidas, de mestizajes de disciplinas, de consistentes programas académicos y fabulosas actividades culturales para prolongar los días en las noches de verano, como bien sabe una de sus principales artífices, Lourdes Pérez Sierra, que hoy nos acompaña.
Los años de la CRUE
También pasión en los inolvidables años en la CRUE, tejiendo y destejiendo leyes, defendiendo la independencia y autonomía de las universidades, trasladando la voz y el compromiso social universitarios, procurando ampliar fronteras, tender puentes, promover el encuentro y la cooperación de agentes sociales. Tareas en las que conté con ayudas tan decisivas como la del presidente Federico Gutiérrez Solana y la secretaria general Teresa Lozano, que agradezco mucho que hoy nos acompañe. Y, desde luego, el mayor honor que nunca pudo imaginar aquel guajín de Boo, el rectorado de su universidad.
Cuentan en el libro testigos directos de la época, y hoy tenemos aquí a la persona más imprescindible y que más cerca estuvo a mi lado, Santiago Martínez, cuentan que esos fueron verdaderamente tiempos de pasión, y añado que de pasión en todos los sentidos de la palabra, ciertamente. Pasión en la que me acompañaron mis equipos rectorales y unos colaboradores extraordinarios, y sentí el respaldo de un amplio grupo de universitarios empeñados en hacer resurgir el alma renovadora de nuestra universidad para promover la transformación que necesitamos. Acertamos y nos equivocamos.
Como cuenta una autora, hubo cosas que empezaron mal y terminaron bien, y supongo que también al ver eso. Pero no dejamos ninguna sombra. Al salir, no dejamos ninguna sombra.
Fuimos abriendo caminos con la frescura, el candor incluso, que hay las primeras veces. En tantas cosas como fui consciente años más tarde que hicimos por primera vez. Aprendí que la gestión es una lucha entre el empuje por cambiar las cosas y la resistencia de las cosas a cambiar.
Y eso me hizo empujar más y hacerme también más resistente. Trabajamos y hicimos trabajar mucho, y como señala en el libro una autora, conseguimos hacer del trabajo una diversión seria. Y además lo pasamos muy bien. Mejor la pasión que el aburrimiento.
La economía, como sabéis, es otro ámbito de mi trayectoria docente, de investigación y de publicaciones, y a ella se dedica al tercer bloque del libro. En cierto modo, la economía es un laberinto de caminos intrincados que a veces conducen a esa especialización que consiste en saber más y más de cada vez menos cosas, como dijo Vargas Llosa, y que en ocasiones lleva a confundir las herramientas con los fines, y a ese tipo de economista que, como ironiza Roberto Velasco, es el que cuando no sale un número de teléfono en vez de preguntarlo lo estima.
No he sido yo de ese tipo. Economista no es una vocación en la que se nace, sino en la que se llega. Y yo me reconozco más en el modo en que varios de vosotros me calificáis amablemente como impulsor del libre comercio de las ideas, como un economista con sensibilidad social, convencido de que la economía es por fuerza social y política, e incluso como el economista de cabecera de Asturias, que dice uno de los autores.
Economistas de urgencias
No creo, francamente, haber llegado a tanto. Y en todo caso, el mérito de nuestra reacción habría sido para los economistas de urgencias o de cuidados intensivos. En esto no he podido ser más que yo y mis circunstancias. Y mi obra se ha centrado en la Asturias del declive, de las reconversiones y el diseño de estrategias para una Asturias resurgente, plasmadas en ese clamoroso ejemplo de cómo en nuestra región se valoran las cosas a destiempo. El conocido programa ERA, en el que tuvieron una relevante participación los profesores Rafael Niro y Rosario Gandoy, que están hoy aquí con nosotros. Ellos, junto a mis compañeros de departamento, que quiero simbolizar ejemplarmente en Cándido Pañeda, que nos acompaña y que acaba de jubilarse, de otros colegas tan queridos como José Antonio Martínez Serrano, Juan Vicente Perdizo, Patricio Pérez, son historia compartida en algo, en las Jornadas de Alicante, la Revista y los Encuentros de Economía Aplicada o la Revista Asturiana de Economía, capitaneados por el gran promotor académico que es José Luis García Delgado. Y compañeros como esos, son uno de los lujos impagables que ofrece la universidad. Y me han servido de referentes para guiarme en el laberinto de la economía, al igual que algunas ideas esenciales. La idea de que no se puede ser un buen economista siendo solo un economista. La idea de que, cuando las cosas se complican, la ciencia económica tiene que recurrir al olvidado arte de la economía y a los economistas con visión estructural y un poco de duende, como señala un autor en el libro. Y la idea de que recomendar a Samuelson para practicar una economía con corazón, sin que eso quiera decir una economía sin cabeza.
"Palabras para Juan", tomando prestado el título de la contribución de mi admirado Carlos López Otín, es el último de los bloques de un libro que cierra, junto con el presidente del Principado, la inesperada y emocionante sorpresa del texto enviado por mi hijo Juan. Varios autores coinciden en este apartado en definirme como una personalidad de lo diverso, que da por lo tanto para muchas visiones diversas, incluso las que valoran mi breve incursión en política. Se trata de valoraciones generosas y benevolentes que aprecio especialmente por la autoridad de quienes las realizan, presidentes como el presidente Javier Fernández, el presidente Pedro de Silva o el periodista José Manuel Vaquero.
Y sus benevolentes valoraciones me han servido, desde luego, para recuperarme del transitorio desencanto de encontrar falsificados ideales y convicciones, esfumados unos espacios de centralidad y concordia que anunciaban tiempo simplemente, y frustradas mis intenciones de devolver a la sociedad asturiana algo de lo mucho que había recibido de ella. Bueno, creo que en todo caso todos somos únicos precisamente por ser diversos. Y me reconozco en las palabras de Nélida Piñón al recibir el premio Príncipe, entonces, de Asturias. “Nunca me resigné a ser una única criatura”. Eso es seguramente lo que explica que, como señaláis, en el libro convivan en mí la acción y la reflexión, la prudencia y el atrevimiento, el enfado con ruido y la reconciliación con sosiego, la ponderación y la vehemencia en la defensa de ideas y valores.
Luces y sombras
Y por eso también, junto a las luces, no deja de haber sombras. Y ojalá fuera cierto lo que señala una autora, que "trata de convivir con ellas como un modo propio de estar en el mundo". No estoy nada seguro de conseguirlo, aunque sea lo que procuro. Lo que procuro tratando de que el paso del tiempo que dibuja arrugas no deje cicatrices, me apague una sonrisa juvenil que estas páginas me ayudan a recobrar flotando sobre el recuerdo, celebrando el testimonio de vida compartida y amistad que es este libro.
Permitidme utilizar las palabras de un bello poema de Jaime Gil de Biedma para expresar las sensaciones que me provoca este libro como "un modo de ser en común y una ocasión para mostrar cómo trajimos nuestras vidas aquí para contarlas. Para decirnos que estábamos todos juntos. Y producir uno de esos momentos felices para dejarse ser en amistad. Y en fin, para expresarnos una amistad a lo largo, que es lo más fundamentado, que debo agradeceros, ahora en que hay el tiempo, ya todo se comprende.
Al final somos la huella que dejamos. Y lo modesto de la mía me gustaría que fuese la de formar parte de un grupo de universitarios que quiso renovar la vetusta universidad para ponerla a funcionar en el siglo XXI. Y que confía en las siguientes generaciones para continuar con esta tarea. Que defendió sus ideas y tomó partido. Que puso en juego trabajo, vocación y dedicación universitaria. Que pretendió ser un profesor honesto con una obra honesta, pertrechada de buenos maestros y de buenos discípulos, por grandes compañeros y amigos y por esos pilares de su vida que han sido siempre María José y Juanín y ahora Inma, Chloe y Luc.
Termino volviendo al principio. Todos somos herencias. Y la mía es la universitaria. No sé quién eligió a quién, pero la universidad ha sido mi vida. Un modo gozoso de vivir que me otorgó el privilegio de ser universitario. Una condición que, tomando tres palabras, del poema "Porvenir" de Ángel González, mantendré "aún, todavía y siempre".
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