Opinión

La revolución está en los datos

Cuatro décadas de transformación digital

Este es un premio que viene a reconocer una trayectoria empresarial que iniciamos, hace ahora 38 años, y hoy están aquí presentes algunas personas como José Vences, Félix Díez, Victoria Orasio o Luis Orejas que representan a tantos otros que son esta empresa que hoy se reconoce.

Hoy están aquí presentes mis hijos, Luis y Elsa y sus consortes, Bea y Manolete y son la continuidad de nuestra actividad como empresa familiar. También a ellos, y a mi mujer, a mi familia, vaya mi agradecimiento.

Aunque la historia nunca se repite del todo, siempre ilumina el presente y orienta el futuro. Por ello me voy a permitir, en estas breves palabras, navegar desde aquella realidad de los ochenta y aterrizar en lo que hoy está ocurriendo.

Éramos entonces, unos jóvenes entusiastas que buscábamos la excelencia tecnológica y empresarial. Veíamos un mundo en radical mudanza, y creíamos tener la oportunidad de contribuir a esa transformación. Era nuestro propósito, nuestra causa. La rentabilidad, la sostenibilidad (los factores de supervivencia), eran los efectos, una visión, casi científica, que hemos conservado a lo largo de los años. Quizás hoy en día con el ingente aluvión del emprendimiento, sea esta una reflexión procedente y alimente el alma emprendedora en la difícil tarea de sobrevivir.

Había entonces pocos ordenadores. Eran tecnologías propietarias, difíciles de explotar e interconectar, a menudo incompatibles, caros y solo al alcance de muy pocos. Un mercado dominado por un reducido número de grandes corporaciones con posiciones propietarias, algunas casi monopolistas.

Las comunidades de usuarios, los clientes, iban en dirección contraria: predicando estándares y denunciando cuan limitativo eran los sistemas propietarios para el progreso. El poder del mercado logró que, pronto, la mudanza fuera explosiva. Fue el desarrollo de la microelectrónica que catapultó la capacidad de los procesadores, el almacenamiento, la conectividad que pronto dejaron obsoletas las arquitecturas propietarias.

Esta fue la verdadera revolución que dio paso a numerosos nuevos entrantes quienes condujeron el espectacular abaratamiento de la computación, y con ello la oportunidad de vertebrar infinidad de nuevas ideas. Este choque de trenes se llevó por delante el "establishment" dominante y la desaparición de la mayoría de las, entonces, grandes corporaciones.

El contrapunto a la hecatombe fue un amanecer, mucho más poderoso, que produjo un florecimiento de iniciativas extraordinarias: fue la gran "evolución". Se establecieron estándares comunes lo que abrió un camino de liberalización que han perdurado décadas. Se abordaron infinidad de nuevas aplicaciones, entonces inimaginables. Floreció un modelo de creación de start ups tecnológicas, al alcance de muchos, y que ha marcado la dinámica posterior de todo el emprendimiento empresarial y de donde ha nacido un nuevo "establishement" hoy dominante.

Nosotros tuvimos la fortuna de vivir esta "evolución" y ser partícipes de tantos desarrollos y, en nuestra modesta medida, de la ingente mudanza: las redes, Internet, la movilidad, las aplicaciones. A lo largo de los años tuvimos una significativa participación, a través de miles de proyectos, muchos pioneros y que son parte de nuestra, dote, de nuestra historia.

Hoy, el mundo que nos viene es igual y, también es diferente. Igual porque el primer principio conductor, la "revolución", sigue siendo el mismo: la computación. Las empresas de más éxito, y el verdadero referente, son los fabricantes de super chips que aportan un factor multiplicador de la capacidad de cálculo, imprescindible en el desarrollo de los entornos de 5 & 6 G y, sobre todo, de las futuras aplicaciones, de lo que, hoy llamamos la IA.

Es diferente de lo que ocurrió entonces y hay un factor de particular consideración. El "establishment" sectorial dominante no ha desaparecido, más, bien al contrario, es el verdadero motor: Amazon, Google, Meta, Microsoft. La lección de los ochenta fue bien aprendida y hoy se erigen en paladines del cambio con su extraordinario poderío financiero y fuerza mediática. Han marcado la evolución sectorial hacia una dinámica de consumo que marca la oferta imponiendo nuevos paradigmas y cambios, motivados, muy a menudo, más por su necesidad de posicionamiento o crecimiento que los intereses de los usuarios.

Si entonces no había ordenadores, hoy llevamos todos uno encima que acompañan y registran nuestras vidas. Y es ahí donde late la segunda gran "revolución": el acceso, captación y dominio de los datos, nuestros datos, de las personas, de las organizaciones.

Los datos son un activo esencial de casi cualquier organización y reto principal de la hoy tan predicada transformación digital. Como contexto, hoy, los datos de interés, conocidos, contabilizan un 15% de la información potencialmente disponible. Otro 15% son aquellos, imaginados, a los que se aspira, aunque desconoce. Pero hay un 70% de datos posibles que, no solo se desconocen sino se carece de la conciencia de que existen.

El inmenso poder mediático de las corporaciones dominantes trata de crear "culturas" que dicten las reglas del mercado: el Big Data, la Nube, el Metaverso y, hoy la IA. Paralelo a su natural mudanza de la propuesta de valor, por evolución o competitividad, buscan vertebrar el acceso a los Datos de modo que no pierdan protagonismo en su privilegiada posición que les ha hecho, de uno u otro modo, ser las compañías más ricas y poderosas del mundo.

Muchos, por no decir todos estos avances, son "evoluciones"” de enorme interés, de extraordinaria importancia y oportunidad, pero no "revoluciones". La verdadera revolución son los datos y su potencial capacidad de transformación que no debería estar tan condicionada por los intereses y dependencias de las grandes corporaciones que, hoy, restan libertad y mantienen la dependencia. Una tarea que está por venir, y a través del mercado independiente e innovador, ha de venir.

A diferencia de la computación que se sustenta en grandes inversiones y enormes barreras tecnológicas, los Datos están en el otro extremo: son nuestros, de los usuarios, de las organizaciones que cedemos graciosamente cada vez que utilizamos aplicaciones. La soberanía de los datos es hoy el gran debate: Europa predica el derecho de los usuarios a su información, y lucha contra la colonización de gobiernos (como ocurre en China) o corporaciones (el caso de EE UU) que, ambas, predican ser la mejor alternativa para el bien común.

El reto, de los ochenta, de las comunidades de usuarios por disponer de herramientas comunes y estándares abiertos, tiene ahora otra coyuntura: asegurar que los propósitos de transformación o mejora digital de cualquier organización pasan por hacerse las debidas preguntas y generar, internamente, las respuestas. Parece un contrasentido que el aprovechamiento de las oportunidades de la llamada Inteligencia artificial pase por aplicar inteligencia natural para conocerse mejor a uno mismo: proteger, explorar y cuidar nuestros datos.

Y ya concluyo, el mundo que nos viene pivota sobre estas dos causas: la computación y los datos. Mas nos ha de ocupar la segunda, esencial, ha de arrancar de las preguntas internas que se hace cada organización. Valga para terminar algo de nuestra propia historia: Satec arrancó su actividad, hace casi 40 años, con un proyecto de la entonces dirección general de Puertos y Costas donde, a consecuencia de una catástrofe portuaria, querían desarrollar un conjunto de habilidades y capacidades que les ayudasen a tener mejores parámetros para diseñar los diques: querían mejores datos.

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