Opinión

Contra la desesperanza

Educar en la empatía para cambiar un mundo destrozado por las guerras

A cada rato, el mundo se pone entre peor e imposible.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué siguen haciendo guerras? ¿Por qué son cada vez más cruentas y miserables para la población civil? ¿Cómo es posible que ante semejantes situaciones haya distintas varas de medir la humanidad según intereses políticos, económicos o del tipo que sean? ¿Cuándo van a decidir esos pocos que pueden parar esto que ya hay suficiente sangre de niños y ancianos sobre la mesa?

Peguntas retóricas. Todas con respuestas seguramente desoladoras, porque los hechos lo son. A estas alturas de nuestra historia, el progreso debería hablar mejor de nosotros, medirse en récords históricos de paz, de descenso de pobreza y hambre, y cosas como el acceso universal a una salud y educación de calidad. Sin embargo, a fecha de hoy vivimos el mayor número de conflictos desde la Segunda Guerra Mundial, con más de 1.500 millones de personas padeciendo esos infiernos.

No hay que desesperar, nunca dejar de clamar por la paz y el fin de las matanzas, siempre buscar y sembrar soluciones –las que pueden parar bombas ya mismo solo requieren de voluntad política; las de futuro, de consensos sostenidos en áreas fundamentales como la educación.

En España, desde el curso 2022-2023 tenemos Educación en Valores Cívicos y Éticos, con el objetivo de formar a personas empáticas, respetuosas y responsables a través de aprender a gestionar nuestras emociones y crecer en tolerancia, convivencia, igualdad y fomento de los derechos humanos. En Asturias hay ejemplos fantásticos, como los trece centros educativos reconocidos como referentes en derechos de la infancia.

En Dinamarca la asignatura de aprendizaje social es parte del currículo nacional desde la reforma educativa de 2014. En el Reino Unido este tipo de formación se integró en su educación para la salud y el bienestar en 2020. En India, lo llaman currículo de la felicidad, y en Vietnam son clases obligatorias de ética mientras se sigue ampliando la educación socioemocional.

En el centro de todos estos ejemplos, la empatía. Por algo tan sencillo como que, si somos capaces de ponernos en la piel de los demás, entenderemos mejor al diferente y hasta le ayudaremos si está en apuros y podemos echar una mano. Porqué algo tan esencialmente humano necesita ser enseñado en las escuelas en pleno siglo XXI, es digno de estudio, pero menos mal que hay países, comunidades, centros educativos, que se han dado cuenta de que esto hacía falta –ojalá algún día sean todos o casi todos.

Aunque esta tendencia al pensamiento positivo pueda rayar en síntoma de resistencia lingüística contra la desesperanza, es precisamente en momentos de crisis –la palabra se queda pequeña para esta etapa horrible de nuestra historia– cuando más necesario es, para arañar soluciones y convertirlas en epidemias globales. Llevará décadas tener al frente de gobiernos y parlamentos mayorías de quienes crecen aprendiendo empatía y viviendo en ella, pero es fundamental para alcanzar en algún momento un futuro estable que deje de estar dominado por el conflicto y el terror.

Hay que terminar las guerras y trabajar sin descanso para que el alma de nuestras sociedades esté altamente contaminada de empatía. ¿Cómo se hace esto, cuánto se puede tardar y qué complicado es? Ardua labor, sin duda. Pero anda que no hemos hecho cosas más difíciles desde el descubrimiento del fuego. Todo es posible –bien que lo vemos en la cara oscura del mundo, donde parece que no hay límites. Démosle la vuelta a la moneda.

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