Opinión

Unas pinceladas sobre María Blanchard

Una invitación a disfrutar de la obra de la pintora cántabra

Acabo de leer un bonito libro, tipo novela biográfica sobre la pintora cántabra María Blanchard (1881 – 1932), escrito por Baltasar Magro, quien hace años dirigiera, en Televisión Española, "Informe Semanal". El apellido Blanchard viene de su madre, pues, al igual que Picasso, se lo cambió para pretender triunfar en París, cosa que hizo.

María no fue una pintora cualquiera, pues Ramón Gómez de la Serna la describió como "la más grande y enigmática pintora de España".

La considerada en su tiempo una de las pintoras más relevantes del movimiento cubista y de la Escuela de París, en la que se encuadraban artistas como Picasso y Juan Gris, y de quienes fue amiga y con quienes participó en los planteamientos que renovaron el arte en el siglo pasado, su aspecto físico fue una rémora: era jorobada –tenía una cifoescoliosis de nacimiento, cuya causa se achacó en su momento a una caída que sufrió su madre cuando estaba embarazada, pero actualmente se sabe que se debía a una mutación genética–. "Cambiaría mi obra por un poco de belleza", se lamentaba, en palabras de la escritora Isabelle Rivière. Su trayectoria profesional fue, sin embargo, la de una pintora independiente y respetada, de tal manera que los pintores Diego Rivera y André Lhote le atribuyeron las obras más bellas del cubismo y fue admirada hasta por el mismísimo Picasso, quien le reñía por su falta de sentido comercial.

He mencionado que María Blanchard fue una pintora cubista, pero su obra no se limitó a este estilo y evolucionó hacia una figuración muy personal.

Nacida en Santander estudió Bellas Artes en Madrid, y, tras regresar a su ciudad natal, el Ayuntamiento de Santander le concedió una beca para estudiar en París, que no desaprovechó, afortunadamente para quienes disfrutamos con su obra. En Montparnasse, a nadie le importó su aspecto físico. Atrás quedaron las burlas y humillaciones que la llevaron a abandonar la cátedra de dibujo en Salamanca. Su tesón y capacidad le abrieron las puertas del círculo de Picasso y Juan Gris, y, además de compartir ideas pictóricas encontró la amistad, especialmente con este último, a quien llamaba "Pepe". En esa época pintó el cuadro "Naturaleza muerta con lámpara roja". También llegó a compartir apartamento y amistad con el muralista mejicano Diego Rivera y su pareja Angelina Beloff (Quiela). Allí finalizó "La mujer sentada".

Con su técnica potenciaba la luz interna de los cuerpos, tratados con perfiles transparentes, y de los que emanaba un resplandor que surgía de lo más profundo. En sus lienzos más figurativos consiguió plasmar la belleza en retratos de mujeres y niños. Pero además del óleo manejó la técnica del pastel, al igual que Turner y Degas. La pionera del pastel fue Rosalba Carriera, una veneciana del siglo XVIII que vivió en París, quien manejaba con maestría esta técnica que no posibilita los retoques.

Sin pareja sentimental, compartió la maternidad de su amiga Angelina Beloff, quedándose al cuidado del pequeño en muchas ocasiones. También acogió a su hermana y sobrinas –víctimas de un marido y padre maltratador–, haciéndose cargo de todos los gastos.

En los últimos años de su vida –escribió Quiela–, la gran artista española "era una mujer cansada y dolorida, al límite de sus fuerzas, rota por dentro después de soportar una vida llena de sinsabores y desprecios. Una mujer asolada por la melancolía, que fue perdiendo el ánimo para continuar luchando".

María Blanchard encaró la vida con inteligencia, bondad y sensibilidad para darnos lo mejor de sí misma sin pedir mucho a cambio. Murió en París el 5 de abril de 1932 a causa de una tuberculosis pulmonar. Le animo, querido lector, a que se interesa por su obra, si aún no la conoce, pues prometo que, en absoluto le defraudará.

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