Opinión
La mala educación
Las normas de protocolo, los códigos de la cortesía o las consignas de la etiqueta no tienen nada que ver con la buena o la mala educación. Es el respeto a los derechos de los demás lo que marca la diferencia entre una persona bien educada y una persona que no lo está. Y no tiene nada que ver el número de lecturas, los precios de las apariencias, los gastos en gestos de cara a la galería. La mala educación no entiende de clases y puede fructificar en espacios muy distintos, algunos, incluso con amplia exhibición de opulencia. Hay personas muy ricas que están muy mal educadas y personas sin apenas recursos que se muestran respetuosas con los demás en todas las circunstancias de la cotidianeidad. La mala educación puede aflorar en el Congreso de los Diputados (señorías que vociferan, patean, se mofan y ensucian su escaño) pero también en las calles cuando se cruza en patinete eléctrico las aceras o se pisotean las normas de tráfico con chulería patética. La mala educación invade cada vez más las salas de cine, en las que algunos especímenes no se cortan en usar los móviles, mantienen tertulias en alta voz o –la última moda– usan sus ordenadores portátiles mientras sus hijos ven una película. La mala educación es un arma de provocación masiva que se extiende por las redes sociales para sustituir el diálogo y la argumentación por los exabruptos y el griterío soez y virulento. De gente mal educada está lleno el transporte público: conversaciones telefónicas en trenes, aviones y autobuses que invaden el espacio ajeno para que nos enteremos de las chorradas que sueltan por la boca –si al menos hubiera discusiones interesantes o chismorreos suculentos, pero no–, o la variante de quienes ven vídeos sin ponerse los auriculares, haciendo partícipe al resto de pasajeros de una contaminación acústica que no solo incordia sino que también irrita por la falta de respeto de determinados series al derecho de los demás o no verse obligados a sufrir ni sus excesos ni sus defectos. Otro día hablaremos de ejemplos de mala educación en otros sitios. En las playas, por ejemplo.
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