Opinión

Alexandra Tapia

Consumir alegría

Una respuesta poética a la policrisis

Hay un murmullo que recorre nuestro tiempo. Un suspiro colectivo. Una necesidad que atraviesa culturas, edades y profesiones: la de sentirnos mejor. Y no hablo de sentirnos felices todo el tiempo –esa utopía del optimismo perpetuo que solo nos conduce al agotamiento– sino de algo más profundo, más humano. Hablo de la alegría como resistencia. Como estrategia.

Según el último informe de WGSN, consultora líder en análisis de tendencias globales, tres emociones marcarán el comportamiento del consumidor en 2027: alegría estratégica, deseo de evasión y optimismo suspicaz. Las tres emergen como reacción a un estado emocional colectivo que ya sentimos: estrés crónico, desregulación emocional y una apatía silenciosa que mina la esperanza.

Vivimos tiempos de policrisis –climática, económica, digital, existencial–, y es justamente aquí donde el juego, ese gesto aparentemente banal, aparece como medicina. La alegría estratégica no es un capricho, sino un acto de supervivencia. Es la decisión de buscar lo luminoso en medio del colapso. De reimaginar lo cotidiano a través de la ternura, el humor, la curiosidad infantil.

¿Y si en vez de buscar más productividad buscáramos más conexión? ¿Y si la evasión, lejos de ser escapismo, fuera un camino hacia la recuperación? En el mismo estudio se habla del minimalismo ping: eliminar notificaciones para poder escuchar el propio pensamiento. Buscar menos ruido, menos pantalla, más cielo.

Más mar. Más piel.

Como mujer que nada en aguas abiertas y que ha aprendido a leer los silencios del cuerpo, me resuena profundamente esta búsqueda de desaceleración. Es también una forma de amor propio. Nos urge desacostumbrarnos de lo que nos hiere, crear rituales que nos devuelvan a la serenidad, a la comunidad, al asombro.

El consumidor del futuro –dicen los expertos– será más introspectivo, más selectivo, más emocional. Pero ese futuro ya empezó. Lo intuyo en las personas que desean nadar no solo para moverse, sino para desintoxicarse, evadirse y reconectar con el ser.

WGSN apunta también al optimismo suspicaz. Un término poético y lúcido que encierra la paradoja de estos años: necesitamos esperanza, pero ya no somos ingenuos. Confiamos, sí, pero con preguntas. Adoptamos la tecnología, pero sin entregarle el alma. Creemos, pero con matices.

Y en ese matiz está la oportunidad. Para las marcas, para los líderes, para quienes diseñamos productos o experiencias. No se trata de vender más, sino de entender mejor. De emocionar con propósito. De crear desde la empatía. De ofrecer descanso, juego, sentido.

Mi propuesta es clara: menos ruido, más verdad. Productos que abracen. Estrategias con alma. Marcas que no nos empujen a consumir para llenar vacíos, sino que nos recuerden que estamos vivos.

En un mundo herido, la alegría es una forma de militancia. La evasión, una forma de sanación. Y la sospecha, una forma de inteligencia. Que no se nos olvide que todavía podemos crear belleza. Que aún podemos elegir mirar con ojos nuevos.

Porque tal vez el futuro no se trate de anticiparlo. Tal vez se trate de sentirlo primero.

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