Opinión

Ciudadano americano

Algo tienen las oficinas bancarias que perturba, que genera un grado de angustia difícilmente clasificable. Va uno al banco como quien se adentra en territorio hostil, con una notable sensación de inseguridad y la íntima certeza de que, haga lo que haga, no saldrá de allí indemne.

Tuve que ir a abrir una cuenta para una comunidad de vecinos, algo en principio banal, sin más trascendencia que organizar el cobro de los recibos y el pago de los gastos comunes. Un trámite sin demasiada importancia, pensé yo en mi inocencia. Además de la firma de una ingente cantidad de papeles, la entrega de mi carnet de identidad y la aportación de mi última nómina, de pronto la señora que nos atendía me preguntó: "¿es usted ciudadano de los Estados Unidos?". Tardé en reponerme del asombro. Era tan inesperada la pregunta que solo dije: "no". Pero, unos minutos más tarde, volvió de nuevo a inquirirme: "¿es usted ciudadano de los Estados Unidos?". Ante mi nueva negativa, me hizo firmar un documento en el que juraba que era cierto lo que decía. Y ya se me quedó rondando la pregunta todo el día en la cabeza. Por un lado, intentaba averiguar por qué demonios me habían preguntado eso ¡dos veces! y obligado después a firmar una declaración jurada, y por otro, mi imaginación jugaba con la posibilidad de haberlo sido.

Porque alguna vez, en mis veinte años, valoré seriamente irme a vivir a Nueva York. Mi fascinación por esa ciudad se la debo al cine, a la literatura, a la música y al cómic, y sé que la ciudad que yo amo no es real, pero me hubiese gustado pasar algunos años allí. Al final la vida lo va llevando a uno como hace la corriente con las hojas secas, así que me he tenido que conformar con ser turista en sus calles. Pero ahora, a la vuelta de muchos años desde aquel sueño juvenil, me preguntan si soy ciudadano americano y me alegro de poder decir que no. No hubiera estado mal ser paisano de Tom Sawyer, de Bartleby, de Jay Gatsby, de Holden Caulfield y de Atticus Finch, pero eso conllevaría ser conciudadano de Donald Trump, que también es, estoy seguro, un personaje de ficción, un tipo que alguien se ha inventado, un supervillano al que Spiderman debería pararle los pies.

No, no soy ciudadano americano, y aunque cuando ellos eligen presidente a un fascista filonazi mi modo de vida corre el mismo peligro que la de todos los demás ciudadanos del mundo, empeñado como está en meternos en una guerra mundial, no tengo ninguna capacidad para decidir. Solo tengo este altavoz para expresarme, la palabra como arma y trinchera, y la esperanza de que alguien le detenga.

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