Opinión

"Er paripé"

La imposible educación sin disciplina

Imagino que ya están familiarizados con la expresión "hacer el paripé". Bastante común en español, también tiene equivalentes en otras lenguas: en francés, faire semblant; en portugués, fazer de conta; y en inglés, to play pretend o to fake it (ese to fake que alcanzó la fama gracias a las famosas fake news). Y podríamos seguir.

¿Y por qué hablo de esto? Intentaré ser claro: en educación, si no hay disciplina, se está haciendo el paripé. Este enunciado, a diferencia de un teorema matemático, no necesita demostración. Es un axioma. Sin disciplina no hay aprendizaje, y la escuela se convierte entonces en un refugio de inadaptados, en lugar de una fábrica de conocimiento. Siempre me ha resultado curiosa la epidemia de hiperactividad que afecta a tantos niños hoy en día. ¿No será que estamos haciendo algo rematadamente mal?

Sin embargo, la disciplina está pasada de moda. Es una palabra que suena a castigo, a pupitre recto, a cuaderno sin dobleces y a recreo cancelado. Pero la disciplina, es en realidad una aliada silenciosa –y profundamente incomprendida– del éxito educativo. En esta era donde todo debe ser "divertido" y "motivador", hablar de disciplina es un acto de rebeldía pedagógica. ¿Quién quiere normas cuando se puede tener "aprendizaje libre"? ¿Para qué enseñar a llegar a tiempo si se puede entrar tarde "enriqueciendo" con espontaneidad la dinámica del grupo? La respuesta es simple: porque sin disciplina, la educación se convierte en una pesadilla de proporciones épicas.

La disciplina es, paradójicamente, la que permite que la libertad funcione. Es el marco que organiza, que pone límites saludables, que enseña el valor del esfuerzo y de la constancia. Aprender a resolver ecuaciones o a escribir un ensayo no solo depende del talento, es ante todo método. El alumno que estudia cada día suele avanzar más que el genio disperso que lo fía todo a su supuesta brillantez del último minuto. Cuando escucho a un padre decir: "Mi hij@ es inteligent@, pero es vag@", no puedo evitar pensar: su hij@ es un idiota asintótico. Contrario a lo que algunos creen, los profesores no educamos a genios, educamos al resto. Por eso las olimpiadas escolares me parecen una distracción innecesaria.

Todo empezó cuando algún político iluminado prometió pizarras digitales en cada aula, como si el talento dependiese de tener acceso precoz a la tecnología. ¡Zapatero, a tus zapatos! En mi época universitaria –los años 80– no había ordenadores, y programábamos elementos finitos en Fortran… ¡con lápiz y papel! Los medios eran precarios, sí, pero la pasión por aprender era desbordante. Los grandes programadores no necesitan un ordenador para pensar; primero diseñan el algoritmo, detectan fallos, y luego compilan.

La disciplina en el aula se manifiesta en cosas simples:

1. Silencio absoluto.

2. Piensa antes de hablar. Y si no tienes nada inteligente que decir, cállate.

3. Escucha al maestro y a tus iguales.

4. Respeta la diversidad, y venera a quien no piensa como tú.

5. Da las gracias a quienes te enseñan algo útil (siendo útil cualquier cosa que transforme tu manera de ver el mundo).

Y por último:

どDōmo arigatō gozaimashita, sensei.

Porque la disciplina no se impone: se cultiva con el ejemplo, con rutinas coherentes, con adultos que no cambian las reglas del juego cada minuto. Un estudiante disciplinado no solo obtiene buenos resultados: aprende a terminar lo que empieza, a tolerar la frustración, y a confiar en su capacidad de construir algo con esfuerzo. Eso, en un mundo lleno de atajos, es un superpoder.

Para lograrlo, necesitamos empoderar al docente, y que éste merezca ser empoderado. Los mejores maestros deben ser también los mejor pagados: son quienes ayudan a diseñar la sociedad del mañana. Y necesitamos familias comprometidas, que respeten la autoridad del maestro –que no es otra cosa que la del Estado en su forma más noble: educadora. No se trata de adoctrinar, sino de proporcionar los fundamentos necesarios para que el alumno aprenda por sí solo, y algún día ocupe un puesto responsable en la sociedad.

Así que sí: celebremos la creatividad, la empatía, la motivación y la tecnología. Pero sin olvidar que, sin disciplina y buenos docentes, todo eso se desvanece. Porque la disciplina no es enemiga del aprendizaje, es la doble hélice que lo sostiene.

El problema educativo no se soluciona simplemente con una mejora del salario o de las condiciones laborales. Hace falta ilustración, y de eso queda poco, o más bien nada.

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