Opinión

Antídotos contra la meditación

Visitando una ciudad suelo visitar su catedral. Intento entender la lógica de su arquitectura, el papel de la luz y los vitrales, la jerarquía del santoral de sus capillas, pero, sobre todo, gozar del sacro silencio de la gigantesca oquedad que, en última instancia, es tan difícil de encontrar ya en el mundo exterior y que predispone a la ambición de la mente. Sentado en un banco trasero de una catedral mediterránea, algo espantado ya por el contraste entre una grave e imponente imagen de Santa Genoveva en un lateral y unas pinturas abusivamente coloristas tras el altar mayor, empieza a sonar de pronto, rompiendo el silencio que me acogía, la grabación de una de esas musiquitas tontas de la cultura eclesial de hoy, un mix de new age y religión de consumo. Mientras me doy el piro, me tienta decirles algo a unos clérigos jóvenes con los que me cruzo, pero callo al no ser yo oveja de Roma.

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