Asturias, paraíso burocrático

Quien pretenda emprender en Asturias debería equiparse como Carlos Sainz en el Dakar: mucha resistencia, un punto de locura y un GPS para no perderse de una consejería a otra. Realizar trámites administrativos en el Principado es como escribirle a los Reyes Magos: se envía la carta con ilusión y se espera con paciencia, aun sabiendo de antemano que lo que llegue seguramente no será lo que uno pidió.

El Gobierno asturiano habla de digitalización como quien recita el padrenuestro: hágase su voluntad. Mientras el presidente tuitea planes estratégicos y asegura que Asturias avanza -aunque nadie sabe hacia dónde-, el empresario espera, desespera y, en su desesperanza, acaba exportando su proyecto a León. O a Marte.

 La buena noticia es que el Gobierno de Barbón siempre tiene un plan para reducir la burocracia. La mala, que no acaba de redactar el plan para ponerlo en marcha.

Entre plan y plan, la burocracia asturiana se extiende, con vida propia: se alimenta de formularios, se reproduce por decreto y se escuda sobre montañas de fotocopias en A4. Y obliga a entregar tantos papeles y formularios que al final uno duda si está abriendo un negocio, solicitando una subvención o empadronando en Oviedo a un oso de la Cordillera. Y no es que en Asturias falten emprendedores. Lo que faltan son Indiana Jones dispuestos a atravesar a machetazos la selva del BOPA y sortear las serpientes de cada consejería, donde los permisos se le hacen bola. Y salir indemnes del templo maldito del silencio administrativo.

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