Opinión

Gaza y Cisjordania no han sido olvidadas: han sido sacrificadas

La guerra entre Israel y Hamás

Gaza y Cisjordania no han sido abandonadas porque el mundo desconozca su sufrimiento, sino porque los actuales mecanismos de poder están configurados para proteger al fuerte, no al vulnerable. Muchas personas se preguntan: ¿Cómo es posible que ante la abrumadora evidencia de genocidio se siga hablando eufemísticamente de "crisis" o de "conflicto"? Entender las razones de esta argucia mental es esencial, no para revertir los efectos de los ataques israelíes lo cual es imposible: 64.260 asesinados con un 59% de víctimas civiles mujeres, niños y ancianos ("The Lancet", Jul 2024) y 80.000 si se incluyen las muertes indirectas por hambre y falta de atención médica (OCHA, 2025), sino para asumir nuestra indiferencia personal y entender las razones por las que Gaza y Cisjordania no han sido olvidadas sino que ha sido sacrificadas.

En primer lugar está el contexto histórico. Gaza es un pequeño territorio que, tras la creación del Estado de Israel en 1948, fue inicialmente controlada por Egipto y luego ocupada por Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967. Aunque en 2005 Israel se retiró formalmente de Gaza, ha mantenido su férreo control fronterizo, marítimo y aéreo. En 2007 este control se transformó en un bloqueo casi total denunciado por organismos internacionales como una forma de castigo colectivo. Cisjordania por su parte ha venido sufriendo un proceso progresivo de parcelación y fagocitación que ha hecho que actualmente el 61% de su territorio esté controlado directa o indirectamente por Israel y el 44,5% a encierro tras muros.

En segundo lugar están el poder geopolítico de Israel y el papel de Estados Unidos. Israel es una potencia militar respaldada históricamente y de manera incondicional con apoyo diplomático, militar y económico por Estados Unidos y, en menor medida, por países europeos. Para muchos países, oponerse a Israel significa poner en riesgo relaciones estratégicas y económicas. Hasta junio de 2025, Estados Unidos había usado su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para bloquear resoluciones críticas hacia Israel en 50 ocasiones (www.globalaffairs.org), incluso en momentos de agresiones graves. Este respaldo no se basa únicamente en afinidad ideológica, sino en intereses estratégicos: Israel es el aliado más fiable de Washington en una región clave para el suministro energético y el equilibrio militar global.

En tercer lugar están la desunión y la debilidad del mundo árabe para proteger a los palestinos. Aunque la causa palestina ha sido tradicionalmente una bandera del mundo árabe, en la práctica, los países de la región han mostrado divisiones profundas, intereses contrapuestos y, en muchos casos, han optado por normalizar relaciones con Israel (como Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán, bajo los Acuerdos de Abraham). Egipto y Jordania, aunque oficialmente comprometidos con la causa palestina, han mantenido lazos diplomáticos estables con Israel durante décadas. En el caso de Egipto, incluso colabora en el bloqueo a Gaza desde el paso de Rafah.

En cuarto lugar está el miedo a represalias y la "realpolitik". Incluso gobiernos que simpatizan con la causa palestina optan por una postura moderada o silenciosa por temor a represalias económicas o diplomáticas y también a las políticas de presión y comunicación exterior extremadamente agresivas de Israel (bajo el argumento general del antisemitismo) frente a cualquiera que los critique, bien sean presidentes de gobiernos democráticos, el propio secretario general de Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional u organizaciones internacionales independientes de enorme prestigio y probada independencia (Amnistía Internacional, Human Right Wacht, Médicos Sin Fronteras o la Cruz Roja Internacional).

En quinto lugar está la deshumanización de los palestinos, uno de los factores más dolorosos en el discurso público y mediático dominante. Muchas coberturas occidentales muestran la muerte de civiles palestinos como daño "colateral" o consecuencia inevitable del conflicto, sin el mismo nivel de empatía o indignación que generan otras crisis. Esta deshumanización ha facilitado la pasividad mundial. Los grandes medios globales, muchos con intereses o presiones políticas, enmarcan el conflicto como "choque" o "ciclo de violencia", omitiendo la asimetría brutal entre el poderío militar israelí y la indefensión de Gaza y Cisjordania. Esta narrativa contribuye a mantener la indiferencia, justificar la inacción y normalizar el sufrimiento en Gaza y Cisjordania. La violencia recurrente, las imágenes de niños muertos, la destrucción masiva ya no sorprenden, y esta fatiga emocional ha sido explotada por actores que desean mantener el statu quo.

Muchos gobiernos temen que defender firmemente a Gaza y Cisjordania implique un coste político interno: desde ser acusados de antisemitas hasta enfrentar a sectores poderosos proisraelíes. En el caso de Europa y EE UU, esto significa cautela, condenas equilibradas y acciones simbólicas, pero rara vez sanciones reales. Israel ha actuado en Gaza y Cisjordania con total impunidad durante años porque sabe que no enfrentará consecuencias reales. En definitiva, esta impunidad ha sido reforzada por la complicidad (activa o pasiva) de grandes potencias, la ineficacia de las instituciones internacionales y la fragmentación del mundo árabe. Sin consecuencias, no hay incentivos para cambiar de comportamiento.

Amos Goldberg, profesor del Departamento de Historia Judía y contemporánea y titular de la cátedra en Holocaust Studies en la Universidad Hebrea, ha sido contundente: "Lo que está sucediendo en Gaza es un genocidio porque Gaza ya no existe. Fue completamente destruida. El nivel y ritmo de matanza indiscriminada de un gran número de inocentes…, destrucción de casas, infraestructuras, casi todos los hospitales y universidades, desplazamiento masivo, hambre deliberada…, crean un cuadro global de genocidio". ("Le Monde", 30 Junio 2025). Gaza y Cisjordania no han sido olvidadas: han sido sacrificadas. Una vez más estamos ante la "banalidad del mal" que Hannah Arendt atribuía a la forma en que el mal puede ser perpetrado por personas comunes no malvadas, sino simplemente por su falta de reflexión crítica y su obediencia a autoridades o sistemas.

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