Opinión

Trevín, Aristóteles y Groucho Marx

Se despide de la vida pública asturiana un animal político

Ahora que Antonio Trevín anuncia su retirada definitiva de la vida pública, uno se pregunta cómo retratar a un animal político en el sentido aristotélico: alcalde y concejal, presidente, gobernador y diputado; gestor orgulloso de las Asturias de dentro y de fuera, muñidor de alianzas, conversador incansable... Y portador de un parecido más que razonable con Groucho Marx. Y no solo en el aspecto físico.

Si Aristóteles decía que el ser humano es un “bicho” nacido para la vida en sociedad, Groucho podría haber añadido, con su habitual sarcasmo, que la política es a menudo el arte de sobrevivir entre absurdos y contradicciones. De algún modo, Trevín ha encarnado ambas visiones: ha habitado la política como espacio natural, sin renunciar nunca a una cierta distancia irónica.

Como aristotélico, su carrera ha sido un ejemplo de compromiso sereno. Su mejor arma ha sido, sigue siendo, la palabra: esa capacidad de escuchar, de argumentar sin alzar la voz, de acercar posturas. Como Aristóteles, creyó en la política como herramienta para mejorar la vida en común. Pero pervive en él también un toque “marxista”: un sentido del humor que le ayudó a relativizar los momentos más tensos.

Hoy se despide de la vida pública un hombre que entendió que se puede ejercer la política con dignidad, con sensatez e incluso aderezarla con una pizca de humor. Entre Aristóteles y Groucho Marx, aliados insospechados, Antonio Trevín deja un legado de compromiso sin estridencias y humanidad sin disfraces. Y eso, en los tiempos que corren, es cosa poco frecuente.

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