Opinión
El funcionario no tiene quien le escriba
Un reconocimiento a los buenos trabajadores de la Administración pública
Manuel J. García Rodríguez es doctor ingeniero de telecomunicación
España cuenta con 3,5 millones de empleados públicos, en torno al 15% de los trabajadores. ¿Pocos, suficientes o muchos? Como casi todo en la vida, importa más la calidad que la cantidad. Diariamente leemos en la prensa emotivas cartas de agradecimiento a sanitarios, profesores o policías al estar en contacto directo con ciudadanos en momentos críticos o vitales muy importantes.
Sin embargo, ¿qué sucede con los funcionarios cuyo cometido son tareas grises (planificación, presupuestos, contabilidad, redactar expedientes, velar por la legalidad vigente, etc.) sin que jamás en su dilatada carrera profesional tenga contacto con sus conciudadanos? En ellos se sustenta el Estado, son los cimientos ocultos que soportan el peso de nuestro actual modelo de sociedad burocrática, para bien o para mal. Rara vez saldrán a la luz en los medios de comunicación y, por ese motivo, sus historias también merecen ser contadas. Que no se interprete esta tribuna como un halago o adulación gratuita, soy crítico con la Administración y así he dejado constancia largamente.
En la trama presuntamente corrupta del triángulo Koldo-Ábalos-Cerdán, hay una licitación que saltó a la palestra mediática: la construcción de los túneles de Belate en Navarra por 78 millones de euros. Hubo una serie de irregularidades, probablemente con la confabulación de altos funcionarios y políticos. De los 8 miembros de la mesa de contratación (5 técnicos y 3 jurídicos), los jurídicos se opusieron a capa y espada para que no se adjudicase a la empresa corrupta: emitieron votos particulares alertando de las ilegalidades y lo remitieron a la oficina antifraude de Navarra. También hay justos en Sodoma.
Hay muchos funcionarios envejecidos al ser la generación del baby boom que opositó allá por los años 80 y 90, debido a la construcción del Estado del bienestar sustentado en la expansión administrativa de las comunidades autónomas. A estas alturas de partido, muchos servidores públicos estarán desencantados con el sistema. No obstante, algunos se verán reflejados en el desdichado coronel de la célebre obra de Gabriel García Márquez:
–La ilusión no se come.
–No se come, pero alimenta –replicó el coronel.
Ilusión y compromiso es lo que desbordan algunos funcionarios. Como Luis Jaime, jefe de servicio de patrimonio y contratación que siempre realizó con laboriosidad, entusiasmo y ajustándose escrupulosamente a la ley. Esa es la razón por la que estorbaba a un superior –un político– que lo apartó de sus funciones de contratación pública. Para ello dividió el servicio en dos, separando patrimonio y contratación; un latrocinio vestido de aparente legalidad. El íntegro Luis se vio degradado profesional y moralmente. Fueron momentos muy duros para él, no se dio por vencido y pleiteó en los juzgados. La ciega Justicia, años después, reconoció la ilegalidad y tuvieron que restituirlo en el puesto. No le podrán resarcir por el daño recibido, pero queda su noble ejemplo para todos nosotros.
La vida del servidor público no siempre fue desahogada y cómoda. Jorge tuvo que empezar a trabajar muy joven, de botones en un banco a los 14 años. En los 70 no era raro ver a niños ganarse el pan, ahora bailan delante de un móvil para ganarse likes; mucho ha cambiado España. Mientras trabajaba y ascendía en el banco, estudió Derecho por las noches hasta que consiguió licenciarse. Después continuó empollando, incansablemente, para aprobar una oposición nacional y después superó otra oposición y otra más, así que nos podemos hacer una idea de la crudeza vivida y la fortaleza que mantuvo para prosperar. Me relató su vida sin jactarse ni emocionarse salvo cuando expresó el deseo de que nadie volviese a pasar aquello, ahí se le humedecieron los ojos. Desarrolló una brillante carrera como letrado, siempre fiel al rigor legal a riesgo de no complacer a sus jefes, altos cargos políticos y algunos también altas cargas. Por ejemplo, durante año y medio fue obligado a solicitar por nota escrita toda ausencia de su puesto de trabajo por breve que fuere, incluido las necesidades fisiológicas. El acoso laboral, el mobbing, es muy imaginativo entre algunos jefes indeseables de la Administración.
Hay muchas formas de gastar el dinero público y, a veces, lo mejor es no gastar. A María José la nombraron presidenta de un nuevo organismo por sus méritos y experiencia. Entre otros cometidos, tuvo que amueblar la oficina para que el personal pudiese trabajar. Lo fácil hubiese sido comprar el mobiliario tirando del dinero de todos, no se lo reprocharían porque es lo habitual. Lo difícil es irse a un lejano almacén de la Administración, rebuscar entre viejos enseres y rescatar los válidos para darles una nueva vida burocrática. Los altos funcionarios también se manchan las manos y saben cómo ahorrar.
O el benemérito Pedro, que trabaja de sol a sol buscando pruebas en expedientes y excels para poder encarcelar a los corruptos. O la resolutiva Patricia, que responde a las llamadas de personas que tienen problemas en sus obras, dejándolos sorprendidos gratamente por su disposición a dar soluciones para obtener la licencia. La buena Administración no debe ser un muro, sino un puente.
O el diplomático Antonio, desde el siglo pasado organizando y participando en más de cien congresos para formar, colaborar y fomentar buenas prácticas entre los funcionarios. O el magistral José Ramón, en cuyo blog explica generosamente con fina pluma la última jurisprudencia acudiendo miles de visitantes, desde abogados noveles hasta magistrados del Tribunal Supremo. O tantos otros.
–¿Nada para el coronel?
El coronel sintió el terror. El cartero se echó el saco al hombro, bajó el andén y respondió sin volver la cabeza:
–El coronel no tiene quien le escriba.
La Administración también está habitada por personas que encarnan la verdadera vocación de servicio público. Que esta carta de reconocimiento y gratitud les llegue a todos ellos, sobre todo a los que nunca han recibido una.
Suscríbete para seguir leyendo