Opinión
Curar con la magia
Lo mismo que estamos equipados con un módulo de credulidad imprescindible tenemos un módulo de sumisión
La visión de la enfermedad como el desequilibrio de los cuatro humores les hacía interpretar los acontecimientos que observaban como consecuencia de la lucha entablada dentro del organismo por recuperar la armonía. De manera que la supuración en las enfermedades exantemáticas, la progresión desde la mácula a pápula y antes de convertirse en pústula, es la manifestación del esfuerzo de cuerpo para arrojar fuera la materia pecante. Si a pesar de ello el paciente moría, era porque no se había desecho de todo el mal gestado. Otras veces la evidencia se manifestaba en el sudor profuso, momento en el que el paciente febril vence la enfermedad arrojando por los poros todos los fluidos sobrantes y con ello, recuperado el equilibrio de los humores. Pero no era solo acompañar a la naturaleza, también se la ayudaba. Por ejemplo, con las sangrías ¿cómo es posible que una terapia tan agresiva y nociva se haya mantenido como el remedio universal más empleado durante más de 20 siglos? Posiblemente porque las curaciones se atribuían a la intervención y los fracasos y la resistencia al tratamiento.
Porque había curaciones a pesar del daño que hacían las sangrías. Unas veces merced a que el organismo, ciego y sumiso, trabajaba para recomponer el desastre promovido por la enfermedad y el tratamiento. Otras porque la mente, regidora de las funciones del cuerpo, crédula de la eficacia de la sangría, forzaba, promovía, ayudaba a restaurar la salud. Es el efecto placebo.
El poder de la sugestión puede ser enorme. Creo que en nuestra naturaleza está la tendencia a la sumisión. Lo mismo que estamos equipados con un módulo, por llamarlo de alguna manera, de credulidad, imprescindible para aprender rápidamente e integrarnos en el grupo, con sus criterios, valores y nomas, tenemos un módulo de sumisión. El efecto placebo se aprovecharía de estos dos módulos. Establecida la creencia, le toca al cerebro influir sobre las funciones corporales. Para eso está el sistema neuroendocrino.
No existiríamos si no tuviéramos capacidad de auto repararnos. Lo hacen las bacterias. Lo hace el ADN, una molécula que en su naturaleza está el continuo dividirse y acoplarse. Si no tuviera un sistema para detectar errores y repararlos, la vida hubiera sido imposible. Ahí ni hay ni puede haber efecto placebo. Solo ocurrirá cuando el enfermo otorgue un poder curativo a la intervención, la que sea. Por tanto, tiene que haber conciencia. Aunque no está del todo claro. Cuando a unas ratas se les administra inmunosupresores potentes con sacarina, basta con la sacarina sola para producir un colapso de su sistema inmunitario. Y al contrario, si se les da inmunoestimulantes junto con sacarina, ella sola hará el trabajo. Hay, por tanto, un efecto reflejo pavloviano. A eso no lo llamaría efecto placebo, no hay creencia.
Alrededor del efecto placebo suele haber también magia, además de autoridad. Se cuenta de un médico de prestigio que no acababa de encontrar la manera de curar a un paciente con dolor abdominal recalcitrante. Investido de su autoridad, con gran protocolo, le mostró una pastilla de gran tamaño que sostenía con unas pinzas. Con parsimonia la dejó caer en un vaso de agua donde inmediatamente empezó a burbujear. El paciente bebió y curó. Era vitamina C efervescente.
La medicina como arte choca aparentemente con la medicina científica. Esta exige pruebas, ensayos clínicos doble ciego que demuestren que ese medicamento es más eficaz que el placebo: nadie sabe qué está tomando por tanto ambos grupos está sujetos tanto al efecto placebo como al de la curación por el trabajo del propio organismo. Si los que toman el medicamento activo en la media mejoran más, es por el efecto del fármaco. Así que el médico científico actúa con valor sacramental. El poder no está en ellos si no en el medicamento.
En cambio, en lo que se llama arte, incluyo en ello el ojo clínico, el médico intenta aprovechar esa disposición de los pacientes a creer y someterse a su autoridad. Su objetivo es hacer más efectiva la terapia. Y si no es más efectiva, porque la enfermedad no sea accesible a las emociones que colaboren en la curación, al menos el paciente estará más seguro y tranquilo, más confiado.
El catálogo de enfermedades susceptibles al efecto placebo es largo. Supongo que lo son todas aquellas medicinas alternativas que no han logrado pasar el filtro de los ensayos clínicos. Las enfermedades mentales responden bien a los placebo. También muchas digestivas, un aparato muy sensible a las emociones. Y desde luego, el dolor. Hay muchas más. Por otra parte, no todas las pastillas, en su presentación, forma, color, tamaño, funcionan igual. En eso probablemente haya un efecto cultural, lo que aquí funciona, en el centro de África quizá no. Y lo caro, con literatura esotérica y protocolos complejos y exigentes, llenos de advertencias, suelen tener más éxito.
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