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Opinión | Miel, limón & vinagre

Ramón Pérez

Mondo Duplantis, catapultado al récord diario

Bajo el esqueleto de un veinteañero corriente hay un portento del deporte que ha devuelto el fenómeno fan al mundo del atletismo

Mondo Duplantis.

Mondo Duplantis.

Para el ojo desconocido es un tipo de amarillo con un bastón de cinco metros que vuela cuando el estadio calla; para el entendido, un extraterrestre que pulveriza récords con la frecuencia con la que el resto de los mortales vamos al peluquero. Mondo Duplantis (Lafayette, Luisiana, Estados Unidos, 1999) es el deportista que ha devuelto el fenómeno fan al mundo del atletismo. Pisa diferente, a sus saltos les envuelve el silencio de admiración que se le profesa a las obras de los elegidos; como a las zancadas de Carl Lewis, a las canastas de Michael Jordan o a los cuadros de Velázquez.

Su media melena, anacrónica y pulcra, sus brazos libres de tatuajes y su ordinario metro ochenta de altura le dan un aspecto de niño de colegio bien. Sin embargo, bajo el esqueleto de un veinteañero corriente hay un portento del deporte. Días atrás, en el Mundial de Tokio, batió por decimocuarta vez el récord del mundo de salto con pértiga y dejó la marca en 6,30 metros. Hasta que él vuelva a querer.

Es, desde hace años y por méritos propios, la principal atracción de las grandes citas del atletismo mundial. Llena estadios a lo Mick Jagger y la peña enmudece cuando coge carrerilla. Es un saltador, pero también un velocista: en el último récord entró al cajetín a más de 37 kilómetros por hora. Huérfanos de Bolt, los amantes al atletismo han encontrado por fin una estrella rutilante, obsesionada con los registros y también con los premios que estos arrastran.

Con 25 años, de su estantería ya cuelgan dos oros olímpicos, seis mundiales y cuatro europeos. Es un ciclón que desde que en 2020 batiera los 6,16 de Renaud Lavillenie no ha parado de desafiar a la física, pero, eso sí, de centímetro en centímetro. Para mayor gloria, suya y de su bolsillo. Lleva 14 récords del mundo en cinco años, un lapso de tiempo en el que la recompensa por tal hito también se ha disparado. En febrero de 2020, cuando destronó a Lavillenie (éste a su vez había rebasado la barrera insalvable que marcó el soviético Bubka durante años), Duplantis se embolsó 5.500 euros. Hace unos días el premio ha sido de 70.000 por el oro y 100.000 por el récord. Son cifras de una estrella del rock a la que se rifan los patrocinadores, de los que también arañará un buen pellizco cada vez que emprende el vuelo sobre el tartán. "Nos está empezando a salir caro", decía el otro día, medio en serio medio en broma, Sebastian Coe, presidente del atletismo mundial.

Pulido desde niño, el éxito de Duplantis es también el de sus padres, un pertiguista estadounidense y una jugadora de voleibol sueca. Ambos vieron crecer al niño a lomos de una pértiga —su paso por el deporte universitario fue arrollador— y todavía hoy siguen siendo su staff principal, amén de un fisio y algún facultativo más.

Casi desde el primer récord, Mondo ha abierto una brecha por el momento insalvable con sus más inmediatos perseguidores, obligados sine die a ser dignos poulidors. En el horizonte queda suspendida la duda sobre cuánto será capaz de saltar. La incógnita tiene un aroma de hito evolutivo en el que se juntan la ciencia, la musculatura y un buen puñado más de fundamentos y que sólo él será capaz de resolver en el futuro más inmediato.

Su eclosión comulga con aquel mantra de Jorge Valdano sobre la diferencia entre el atleta y el futbolista. "El atleta cuando llega, acaba; el futbolista cuando llega, empieza", dijo una vez el entrenador argentino. A caballo entre velocista, saltador y gimnasta, Duplantis combina tantas disciplinas que nunca se sabe cuándo acaba una y comienza la otra. Los expertos consideran casi quimérico rebasar la barrera de los 6,40 metros en salto de pértiga, Mondo ya ha confirmado que mira el registro con ambición. Eso sí, lo sabemos ya todos, lo hará centímetro a centímetro.

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