Opinión
¿Es un genocidio?
La compleja calificación de la masacre de Gaza a la luz de la legislación internacional
Los españoles tenemos muchos temas de los que hablar, que apenas están presentes en nuestra conversación pública. Pero la brutal y cruel actuación del ejército israelí en Gaza ha causado una fuerte conmoción en los países democráticos y en las últimas semanas ha absorbido el debate político en España, provocando la previsible división entre los partidos. A los anuncios y declaraciones del presidente del Gobierno han seguido denuncias y pronunciamientos de diverso signo. Miles de personas se han manifestado en la calle. Los estudiantes han sido convocados a una huelga general. Los sindicatos preparan movilizaciones. Y la cuestión ha llegado al parlamento.
En algún momento, la discusión ha estado centrada en dirimir si la destrucción de Gaza debe ser calificada como genocidio. Pedro Sánchez conminó en un pleno del Congreso a Feijóo a hacerlo. Y el Senado, donde el PP tiene mayoría absoluta, rechazó una moción del grupo socialista que proponía una condena rotunda del genocidio. El rey Felipe VI no pronunció la palabra en Naciones Unidas. Y, por el contrario, una comisión de la organización, bajo la dirección de quien presidió el tribunal que juzgó el genocidio de los tutsis en Ruanda, ha sentenciado que los gazatíes son víctimas de lo mismo. Yendo más allá, quizá demasiado lejos, Baltasar Garzón ha afirmado que habría que ver si la negación del genocidio en Gaza puede ser delito. Lo más importante son las muertes y despejar un futuro de paz para los palestinos y los israelíes, pero el asunto tiene su trascendencia, pues el genocidio está contemplado como delito en un convenio específico de la ONU y en el Código Penal español y, por tanto, de confirmarse cabrían acciones judiciales contra sus responsables. Será un tribunal el que, en su caso, dictamine si la violencia desatada en Gaza es o no un genocidio, pero nada impide que los ciudadanos de cualquier parte formen su propio juicio al respecto.
Paradojas de la historia, la introducción del término "genocidio" en el lenguaje jurídico es producto de la constancia de un abogado y profesor judío, que de milagro pudo escapar de la persecución nazi, entre cuyas víctimas hay que contar a sus padres. Raphaël Lemkin dejó su vida en el empeño. Tras invertir todos sus recursos y hacer un esfuerzo que lo dejó exhausto, física y mentalmente, falleció de un infarto en 1959, habiendo conseguido su propósito de incluir en los textos legales un tipo característico de matanzas, recurrentes a lo largo de la historia, que merecían un tratamiento especial. Estaba dedicado al estudio del ardor guerrero de Gengis Kan, de los imperios colonizadores a través de la obra de Bartolomé de las Casas y de la masacre de los armenios a manos de los turcos, cuando sobrevino el Holocausto. Lo analizó detenidamente y entonces, al denominado por Churchill "crimen sin nombre", lo designó "genocidio" y se entregó a la causa de universalizar la definición e incorporar el delito a la legislación internacional.
De acuerdo con Lemkin, que justificó la elección de la palabra en varios escritos, y las normas jurídicas inspiradas que la recogen con el significado que le atribuyó, la franja de Gaza ha sido escenario de prácticas genocidas. Los miles de muertos, las condiciones imposibles de vida, los hospitales y la casi totalidad de los edificios bombardeados, la huida forzosa, lo prueban. Sin embargo, queda una duda. El genocidio implica la intención y una estrategia diseñada para exterminar una población, sea nación, etnia o comunidad religiosa, ocupar su territorio y promover allí la instalación del pueblo al que pretende representar la fuerza genocida. Y no está claro que el gobierno de Netanyahu ordenara el ataque según una idea preconcebida con tal finalidad, aunque se presuma que tanto entre israelíes como entre palestinos haya partidarios de la aniquilación del otro. No es fácil revelar la intención de un gobernante o de un ejército, pero si llegara a firmarse por ambas partes el plan propuesto por Trump, habría que concluir que Netanyahu no está movido por un objetivo genocida. En el documento se afirma que Israel no ocupará ni anexionará Gaza, donde se establecerá una Autoridad Palestina, y los palestinos podrán aspirar a un constituir un estado.
La cuestión es de una extraordinaria complejidad, por el origen del conflicto y su relevancia para el orden mundial. La tragedia de Gaza tiene similitudes con otras experiencias históricas vividas en los cinco continentes, muchas de ellas en el siglo XX, y consideradas genocidios, pero no tenemos una evidencia irrefutable de que el gobierno de Israel, y menos la sociedad israelí, esté ejecutando un plan preconcebido para acabar con los palestinos, impulsado por una ideología exterminadora. La evolución del conflicto, la expansión de los asentamientos judíos en suelo palestino y la emboscada de Hamás en octubre de 2023, con más de mil muertos, cifra en la que se sitúa el umbral de los actos de guerra, oscurecen aún más la discusión. Y ya no podemos apelar a Lemkin, que puso algo de luz sobre tanta barbarie.
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