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Opinión

Cabalgando latidos de la luna

Desde el promontorio sobre la mar aprecio, allá abajo, la solemnidad con que se acercan las sucesivas series de olas, ayer muy altas. Unos oscuros bichitos que flotan entre ellas las aguardan para tratar de cabalgarlas, eligiendo con paciencia momento y ola –cada una tiene su carácter, su tiempo y su peligro– sin perder de vista la rompiente y la distancia a las rocas en que se estrellarán. Desde lo alto, un pequeño juego es cavilar, conforme se acercan, la ola que cada surfista se propone cabalgar, tratando de ponerse en su mente. Pero hay descartes inesperados, pues el momento de subirse al enorme animal, aquel en que te acepta, te atrapa y te une a su suerte, es crítico y exige haber adivinado el particular genio de la ola. Cuando tiene lugar, imaginas también, con envidia, el placer breve y a la vez infinito de quien comienza a descrestarla y correrla, el gran juego.

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