Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión

El gran empresario humanista del Oriente

Emilio Serrano Quesada nació en un lugar de ensueño entre la montaña y la mar. Cuando por primera vez visité su aldea (san Martín de Collera), su casa y su entorno, pude comprender de donde procedía su genio poético y temple cautivador. A los 7 años tuvo que trasladarse a Quintanar de la Orden, villa manchega, en la que sus padres tenían que dar continuidad a la empresa familiar. De su estancia en la Mancha nos quedan sus recuerdos en LA NUEVA ESPAÑA como "El Señor D. Quijote", "Los caballeros andantes", "Mi amigo el señor Cervantes"...

A los 17 años regresó a su tierra y tras realizar los estudios náuticos, tuvo que dejar la mar, su pasión, e iniciar lo que él denominaba el oficio de destilador. A su vuelta a Asturias, me comentó que sintió un impulso, una necesidad de dar a conocer al mundo los tesoros escondidos de su tierra. Fue el primero, que con la ayuda de la administración, llevó la marca Asturias a FITUR (Feria Internacional de Turismo), en una época donde el turismo en Asturias no se contemplaba como una fuente de riqueza.

Era un joven lleno de ilusiones, tenia ese don de la empatía. Por la dedicación a su oficio, por su inteligencia para la relaciones sociales y por su audacia en los negocios pudo desarrollar, junto con sus hermanos, una gran empresa de licores: Los Serranos. Dos detalles pueden ilustrar su ingenio emprendedor: me decía que no quería subvenciones oficiales porque de esa manera se sentía libre y cuando pedía créditos a los bancos lo hacía cuando no los necesitaba.

Conocerle, y tratarle terminaba siempre a una gran amistad. Nunca oí hablar mal de Emilio: trataba por igual a un rico que a un pobre, a uno de derechas como a otro de izquierdas, a una persona culta como a otra inculta; porque al ser un hombre con un corazón enamorado sabía encontrar un escollo de dignidad individual e irrepetible en todas las personas que trató. No es de extrañar, por lo tanto, que fuese un romántico proclive a los amoríos, aunque al final siempre pudo más su dedicación a su empresa... Su empresa familiar.

Lo conocí hace 15 años, en uno de esos momentos de la vida que a todos nos llega: la visita del sufrimiento. Se le diagnosticó un cáncer de recto localmente avanzado que tras un tratamiento con quimio y radioterapia concomitarte previo a cirugía se pudo curar. Con Emilio como muchos enfermos que traté, tuve una gran intimidad. El sufrimiento humaniza y te acerca a las estrellas. Coincidíamos en ese desasosiego por encontrar esa piedra filosofal que intuyes que esta cerca, pero no llegas a alcanzar.

Entrar en su casa de aldea, de piedra maciza, de olor a libros, de recuerdos familiares, cuadros, medallas y premios era como entrar en un cenobio, donde las musas se escondían para salir las noches de luna - como el decía- y posarse en su vieja Olivetti para inspirarle los numerosos escritos que fue publicando en LA NUEVA ESPAÑA en su columna "Con sabor a guindas".

Fue un hombre de mundo, lo decía en uno de sus poemas: "... pienso que cuando un poeta sale a la calle, entra en su casa...". Por su profesión recorrió España, era llamado a encuentros, reuniones. conmemoraciones... Pero nunca dejo esa querencia religiosa que recibió de niño de sus abuelas: de los 7 a los 17 años de una de ellas y de los 17 a su muerte de la otra.

Hablando de esa tradición religiosa transmitida por su familia recuerdo que en una ocasión uno de los fotógrafos de un periódico, tras hacerle una fotografía para adjuntarla a una entrevista, propuso hacer otra toma porque había salido en la que hizo el cristo que preside su despacho. Tal propuesta la rechazó con vehemencia. También alguien de su familia le insinúo retirar el crucifijo cuando las señales del tiempo iban apareciendo la madera. "Mientras yo viva este Cristo no se retira de donde esta", contestó Emilio.

Lo visité varias veces en estos últimos meses y me decía que ya no tenía fuerzas para escribir otro libro. Las noches se hacían largas y los días vacíos por su deterioro físico, pero no desesperaba. Estaba muy bien cuidado por su familia. Allí estaban sus hermanos Julián, Ramón y especialmente Javier por sus dotes de cuidador; por sus sobrinos, especialmente Vanesa y Cristina y también su prima, Reyes quien era la encargada de la atención más personal y cuidados de la casa.

Fue una persona inteligente para vivir y e inteligente para morir. Veía cerca la muerte, aunque siempre proyectaba un rayo de esperanza. Su mística poética fue acompaña en sus últimos momentos por una merecida atención espiritual. La noticia de su muerte la recibí de su hermano Ramón y fue acompañada de una nota de Cristina quien me confirmó que se fue en paz, poco a poco y sin sufrir.

Emilio ha coronado su vida con éxito en todos sus campos: empresarial, social, familiar y espiritual. Todos hemos perdido. En mi caso ya no tendré en Ribadesella al amigo que me ayudaba a mirar a las estrellas.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents