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Opinión

Sube el precio de las muletas

Cinco ministros del Gobierno se han declarado en desacuerdo con el Ejecutivo, lo que parece cosa de admirar. Cinco no es gran cifra en un populoso Consejo de 22 ministerios; pero no importa tanto el porcentaje como la condición de muleta que adorna al grupo disidente. Aunque Sumar no sume mucho en las urnas, es bastón imprescindible para sostener a la minoría socialdemócrata en el poder.

Tampoco se trata de una divergencia irreparable. Los disidentes de Díaz se limitan a reprochar al PSOE su posición sobre cierto conflicto internacional en Oriente Próximo. Nada que no pueda arreglarse.

Los asuntos exteriores son, a fin de cuentas, cuestión de poco interés para una potencia de nivel medio/bajo como España. Lo explicaba con resignación un marido misógino cuando le preguntaron quién mandaba en su casa. "Mando yo, naturalmente. Mi esposa se ocupa de llevar las cuentas, hace el presupuesto, decide adónde vamos de vacaciones y escoge el modelo de coche que vamos a comprar. Yo me ocupo de los asuntos importantes, como la política internacional".

Los partidos-muleta son conscientes de su función subalterna y no aspiran a gobernar. Lo suyo es obtener algún beneficio –ministerios, una vicepresidencia, un pedacito del pastel– a cambio de sostener a cualquier gobierno que cojee por insuficiencia de escaños.

Cuando un gobierno necesita de muletas a falta de mayoría para andar por sí solo, lo normal es que deba pagar por ellas. El precio varía según el momento, la circunstancia y las oscilaciones de la oferta y la demanda, como ocurre en cualquier mercado.

El papel de los muleteros ha ganado brillo desde la relativa quiebra del bipartidismo en España. Los socialdemócratas de Sánchez se han visto obligados a amigarse con los partidos a su izquierda en el Gobierno; y otro tanto han hecho los conservadores con los situados a su derecha en diversos reinos autónomos.

Lo curioso es que las minorías han impuesto sus ideas a los dos partidos más votados. El PSOE ha asumido muchos de los postulados de la ultraizquierda, a la vez que el PP se ha puesto a repetir como propios los exabruptos de la extrema derecha sobre la inmigración y el aborto.

Unos y otros se están disputando, en realidad, la clientela votante, dato del que no queda sino deducir que todos ellos están convencidos de que se avecinan elecciones. Algo de aroma a urnas han debido ventear, desde luego, los socios izquierdistas de la socialdemocracia para distanciarse del gobierno al que aún sostienen. También los conservadores de Feijóo parecen sospechar una pronta apertura de los colegios, a juzgar por el entusiasmo con el que lanzan la caña en el caladero de sus vecinos de Vox.

Gane quien gane, mucho es de temer que los verdaderos triunfadores serán los extremistas, aunque desempeñen un papel teóricamente subordinado. Hay que ver cómo está subiendo el precio de las muletas.

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