Opinión
Los relojes y los calendarios
El tempo del peaje del Huerna
Una estación no es más que un espacio con un reloj.
Clemente Lomba (Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Santander)
Cada vez que tomo el tren en subterráneo de Llamaquique –negociado del Ministerio de Transportes– recuerdo esa frase escuchada en una clase de análisis de formas. Ya no hay sólo un reloj sino varios, analógicos y digitales, pero si bien se confiaba en la exactitud kantiana del artilugio cuando había uno, ahora con más es cosa distinta. El aparato bifronte de un andén hace años se paró cuando iban a ser las once. El del otro lado de las vías padece esquizofrenia: la cara que da al norte marca correctamente la hora; la que se ve al llegar desde el sur tiene la aguja del minutero loca y arrastra a la otra manecilla de manera atropellada.
Hace unas semanas la sociedad gestora del metro de Madrid comercializó unos relojes de pulsera que reflejan sus doce líneas. Nada ostentosos, pues los precios van de los ciento veinte a los cuatrocientos euros, su lanzamiento motivó la rechifla del ministro del ramo, que jamás pierde una oportunidad de no perder la oportunidad para pisar un charco. "Para que veas los retrasos con colorines", escribió, dirigiéndose a la ciudadanía con el cada vez más extendido y ordinario tuteo.
Quizá sería buena idea regalarle al señor Puente otro similar en el que figuraran los compromisos de su ministerio –no sólo achacables a él, conste– que van quedando aplazados en Asturias. Incluso podría fabricarse alguno con dos esferas, a modo del de Llamaquique: una marcando correctamente y la segunda sin orden ni concierto que sirva para confundir a los incautos. Además, se dotarían de sus correspondientes calendarios, tampoco coincidentes. El primero señalaría el paso correcto de los días mientras que el otro estaría sincronizado con el avance de sus proyectos, esto es, mayormente parado.
Ahora tratamos de hacer entrar en razón a su gobierno para que cumpla con el dictamen de la Comisión Europea y elimine el portazgo del Huerna. Pocas veces una reivindicación concita la unanimidad en Asturias, aunque, no desmayen, ya hay algún atisbo de deshacerla. Esa petición que aparece encabezada por el presidente autonómico –ocasión en la que se da al César lo que es de Ripa– partió de la conocida como Alianza por las Infraestructuras. Al referirse a este ente suele truncarse el resto de su nombre (del Estado que Asturias necesita), obviando así exigir el cumplimiento de los acuerdos de concertación regional, pero entrar en eso hoy sería distraer el objetivo inmediato que nos ocupa. Es ocioso decir que muchos profesionales del gremio atenderemos al llamado de la mesa de la citada alianza y estaremos presentes en la plaza de la Escandalera.
Ha querido el azar que estos días previos a la manifestación coincidan con aquéllos diez que en 1582 se borraron del calendario al pasar del juliano al gregoriano. Queremos acortar los plazos, pero probablemente no sea tan sencillo como entonces. Los romanos establecieron su forma de estructurar días y meses y acuñaron el término "ad calendas graecas". Uno no sabe qué es peor, si la dilación indeterminada de las calendas astures o la utilización, al modo griego, de almanaques diferentes según cada polis. Lamentablemente este sistema es el que padecemos en España en términos de financiación autonómica, quita de deuda o prelación de inversiones.
Al parecer, la concentración está prevista para el viernes, día diecisiete, entre vísperas y completas. Sería de provecho acudir después al vecino Teatro Campoamor a escuchar la sinfonía nº 101 de Haydn, conocida como "El Reloj". Los muchos melómanos que asistirán saben que comienza con un "adagio" pero termina en "vivace". Nuestro empeño consiste en rematar igualmente este asunto de la autopista que desde la administración central quiere conducirse "ritardando a capriccio", escudándose en que calendario rima con erario y asegurando que éste no tiene caudales para tal menester. Puede que crean que puedan hacernos cambiar la imagen de la fachada de la caja de ahorros por la de la Persistencia de la Memoria, de Dalí. Pero si de memoria se trata, acordémonos de la cercana efeméride e invitémosles a garbanzos y abundantes callos. Su desarme está a nuestro alcance.
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