Opinión
Improvisación organizada

Improvisación organizada / LNE
En un país que no deja tranquilo el calendario electoral, faltan planes a largo plazo y reformas estructurales. Predomina la espontaneidad sobre el método, la ocurrencia sobre la estrategia. Lo que en apariencia era un vicio coyuntural ha terminado institucionalizándose como sistema: un modelo de improvisación organizada.
La improvisación es la acción de hacer algo de pronto, sin preparación ni previsión. En España, esa práctica ha pasado a ser crónica en el ámbito gubernativo. La ausencia de políticas de prevención en áreas clave condena al país a vivir en un estado de urgencia permanente, donde el desorden ya no es accidente, sino hábito crónico. Se reacciona siempre tarde en lugar de anticipar los problemas.
Gobernar no es apagar fuegos: es evitar que se enciendan. Aquí se confunde la prevención con el parcheo. Los ejemplos abundan:
Incendios forestales
Los incendios del verano fueron la tragedia anunciada. Sin planes serios de prevención medioambiental, los bosques se convierten en cenizas y las zonas rurales en desiertos. A la despoblación se suma el abandono de montes, sin limpieza ni cuidados, a merced de cualquier chispa. Cuando las llamas aparecen, se improvisan brigadas y declaraciones solemnes… con la misma fugacidad con que se apagan las cámaras. Todo ocurre después del humo, nunca antes.
Sanidad pública
La sanidad sufre el mismo mal. No hay un plan nacional de prevención en salud que aborde de forma integral enfermedades endémicas, nutrición, envejecimiento o salud mental. La consecuencia está en listas de espera, urgencias saturadas y profesionales exhaustos.
Se invierte más en curar que en evitar que la gente enferme.

Improvisación organizada / LNE
Reforma judicial
La justicia tampoco escapa a este patrón. Coincidiendo con los reveses que ha encajado el Gobierno, ha emprendido una cruzada contra decisiones que no eran de su agrado, presentada como democratización de la carrera cuando en realidad buscaría favorecer a jueces afines en las Salas de Gobierno.
Y para ello, como argumento de autoridad — «argumentum ad verecundiam» — se echa mano de un recurso persuasivo: la mayoría de los 5.500 jueces españoles – con un 40% no asociado – pertenece al espectro conservador, clase alta y ricos, incapaces de completar la Transición.
Aquí la improvisación se cimenta en tres maniobras claras: ideologizar a los opositores, consolidar a los jueces sustitutos y reformar la acusación popular, la misma que ha impulsado muchos procesos de corrupción. A problemas clave, soluciones tramposas.
La flotilla
Una expedición de activistas que zarpó con más cámaras que víveres, más guion que ayuda. No llevaba ayuda decisiva para Gaza, sino pancartas y un libreto. La misión no era salvar vidas, sino generar titulares. Más que humanitaria, una performance.
El final estaba escrito: interceptación, detención breve y deportación exprés. De perseguidos internacionales a héroes de plató en 48 horas. Una trayectoria tan fugaz como previsible.
Y la factura: custodia policial, gestiones diplomáticas, vuelos de repatriación… todo a cargo del erario. En un país con hospitales llenos y largas listas de espera, la ciudadanía financia involuntariamente un evento marítimo sin resultados concretos. Durante días se habló más de la flotilla que de la tragedia. El ruido del «happening» eclipsó los escombros y los muertos.
Política exterior
Hace 34 años, España pudo ejercer como mediador en Oriente Medio, gracias a sus lazos históricos con árabes y judíos. Hoy, atrapada en una política exterior que confunde gestos con soluciones, se limita a ser altavoz de puestas en escena ajenas. Improvisa gestos simbólicos, como el intento de sabotear la Vuelta Ciclista por la presencia de un equipo con el nombre de Israel.
Ya no se sienta en la mesa donde se discuten los acuerdos de paz. Un país que pudo ser terciador, reducido a figurante.
No se trata de negar la legitimidad de la protesta ni de restar gravedad a los crímenes de guerra, sino de constatar el contraste entre lo que podríamos haber aportado y lo que efectivamente cumplimos: quedar fuera del tablero. Sin estrategia de fondo, lo de siempre: cálculo electoral, uso interno del conflicto y explotación política del dolor ajeno.
Epílogo
La improvisación como método se ha incorporado en las instituciones al grado de asemejarse a una práctica planificada: un oxímoron que refleja la cultura política de nuestro tiempo.
Desde el corazón del poder voraz, basado en la intimidación, una opulenta estructura improvisa respuestas tácticas ante la ausencia de una estrategia real de buen gobierno. La incompetencia se premia con nombramientos que galdonean y contaminan lo que tocan.
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