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Opinión

Jóvenes y mayores en el mercado laboral español

El mercado de trabajo en España experimenta cambios significativos que se van a intensificar en el futuro. La demografía no es el único, pero si un importante factor de estas modificaciones. La caída de la natalidad va a suponer menos jóvenes; el envejecimiento, más mayores y la reducción general del volumen de trabajadores, más inmigrantes. Y a ello se va a sumar una más intensa incorporación de la mujer al trabajo, una tendencia que tiene detrás varios lustros.

En el V Mapa del Talento sénior elaborado para Mapfre por Iñaki Ortega, Alfonso Jiménez y yo mismo, se analiza la evolución de los jóvenes (entre 16 y 29 años) y los séniors (entre 55 y 69 años) durante el periodo 2019/2024. En ambas fechas hay más séniors que júniors y la diferencia entre los dos grupos aumenta (1,2 millones en 2019 y 1,7 millones en 2024). Esto se traduce en la existencia de más empleados mayores que jóvenes cuya diferencia crece. Además el desempleo juvenil (869.000 parados en 2024) es superior al de los seniors (513.000 personas). El elevado paro de los jóvenes es un tema endémico en España. Tenemos tasas claramente más altas que los países de nuestro entorno económico-social aunque es previsible que disminuyan debido al retroceso de la población activa joven. En cambio, el volumen de parados seniors aumenta en consonancia con su mayor presencia en la población activa y ocupada, pero mantiene cifras más reducidas que las juveniles.

Así pues, la comparación entre los trabajadores jóvenes y mayores arroja un balance favorable a estos últimos ya que tienen más empleados y menos parados. En el futuro los jóvenes van a ser menos y los mayores más, lo cual exigirá una presencia más intensa todavía de estos últimos si no queremos que la población empleada se venga abajo.

Ahora bien, jóvenes y mayores están condenados a entenderse en un escenario en el que hasta ahora las relaciones intergeneracionales no han tenido ni la intensidad, ni la fluidez suficientes. Son pocas las empresas y las instituciones que las favorecen y las sinergias no surgen de manera espontánea entre ambos grupos que frecuentemente se dan la espalda con argumentos que descalifican las capacidades del contrario. Los seniors dicen de los jóvenes que son inconstantes, que cambian con facilidad de empresa, que anteponen sus propios intereses a los de las compañías, que son arrogantes y que no valoran las aptitudes de sus colegas mayores. Muchos jóvenes por su parte consideran a los seniors poco productivos, escasamente ilusionados, frágiles de salud, demasiado caros, carentes de capacidades hoy imprescindibles y lo más significativo, que les quitan puestos de trabajo. Si consideramos el edadismo como una discriminación hacia ciertos grupos de personas por razones de edad, se puede decir que hay un cierto edadismo de los jóvenes hacia los mayores y de éstos hacia los primeros. Quizás el más intenso es el que sufren los seniors ya que en las franjas intermedias de las edades hay una valoración más negativa de los mayores que de los jóvenes. Y lo cierto es que la mayoría de las veces los argumentos utilizados para la descalificación están basados en prejuicios, mitos, falta de información o suposiciones injustificadas. Los jóvenes aventajan a los seniors en el manejo de las nuevas tecnologías, pero no tanto como para definir a los trabajadores mayores como analfabetos digitales. Y no cabe la menor duda de que, por lo general, tienen más actualizados los conocimientos que demanda la actividad que realizan. En cambio, los seniors superan a los juniors en experiencia que evidentemente se adquiere con los años y capacidad relacional, una condición imprescindible para el éxito de muchos proyectos. No hay evidencias empíricas de que estén menos ilusionados o sean menos productivos. Y cada vez gozan de una salud mejor. De acuerdo a ciertos estudios de las sociedades gerontológica y geriátrica de Japón hoy las personas de 75 a 79 años tienen las mismas condiciones de salud que tenían las de 65 a 69 hace 20 años. Estamos ganando la batalla de sumar más años a la vida, pero también la de añadir más vida a los años. Por otro lado, su desactualización es corregible con buenos planes de formación a través de la educación continua a lo largo de toda la vida profesional. Y sus sueldos más elevados a través de jornadas y remuneraciones más contenidas que la mayoría aceptaría sin grandes objeciones. El "part time" como camino intermedio hacia la jubilación definitiva está poco desarrollado entre nosotros. Por último, no es cierto que la prolongación de la actividad de los seniors repercuta negativamente en el empleo de los juniors. Evidentemente, existen casos de esta situación, pero también de la contraria. Los países nórdicos europeos y otros como Alemania poseen fuertes volúmenes de empleados seniors y, al mismo tiempo, bajos índices de paro juvenil.

Los trabajadores mayores, sobre todo en países como España, tienen por delante importantes desafíos. Ante todo, será necesario multiplicar su número, lo que exigirá que sus condiciones de trabajo estén adaptadas a sus capacidades. Y resultarán útiles estrategias como favorecer la actividad a tiempo parcial, actualizar sus conocimientos mediante planes de formación, permitir la compaginación de trabajo y pensión o facilitar el emprendimiento. La actividad de los juniors tiene también retos considerables. Es preciso reducir sus tasas de desempleo, combatir la precariedad y la temporalidad que sufren y evitar que sobre sus espaldas recaiga la tarea de pagar las pensiones de un creciente número de jubilados y el endeudamiento creciente del Estado.

Jóvenes y mayores son colectivos cada uno con sus propios desafíos, pero ambos son piezas imprescindibles en el complejo mecanismo de nuestro mercado laboral. Y, por lo tanto, están obligados a convivir y colaborar lo que exige superar los obstáculos que hoy los mantienen distantes y eliminar cualquier atisbo de edadismo en los comportamientos de los unos con los otros.

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