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Opinión

Trump el pacifista

Sobre el deseo del presidente de Estados Unidos de conseguir el Nobel

Otorgarle el premio Nobel de la Paz a Donald Trump es como nombrar ministro de Trabajo a Cayetano Martínez de Irujo: un disparate. O un disparaté, puesto que agasajar con semejante distinción a este personaje que curva las piernas como si llevara espuelas y tiene de John Wayne lo que Pepe Viyuela de Cary Grant, sería para la Academia sueca como dispararse en un pie.

¿Cómo va a merecer el Nobel de la Paz un tipo que renombra al Departamento de Defensa y lo llama, con un par, Departamento de Guerra? ¿Acaso se trata de una declaración pacifista? Un tipo que ordena hundir barcos de Venezuela en aguas internacionales como si el océano fuera la bañera de su casa ¿puede considerarse un humano pacífico? En su gusto por retorcer la retórica, cualquier día convierte el Pentágono en un dodecaedro; o viste a la Estatua de la Libertad con cortinas de la Casa Blanca de la época de Nixon, como si fuera Escarlata O´hara.  

Darle tal reconocimiento a Trump, el del resort en Gaza y los palestinos sirviendo cócteles, es como conceder una estrella Michelin al Bar Reynolds de Mauricio Colmenero por la tortilla al microondas. Un Nobel de la Paz para el presidente de Estados Unidos sería como premiar la discreción de Belén Esteban, la humildad de Pedro Sánchez o la compostura de Abascal conduciendo un blindado en un atasco. El día que a Trump le den ese premio, la paloma blanca pedirá excedencia y Gandhi se revolverá en su tumba. Y en la siguiente reencarnación pedirá trabajo en el equipo de Topuria.

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