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Opinión

El aroma eterno de Emilio Serrano

En el adiós a un gran amigo y mejor persona

Gran amigo y mejor persona. Un sagaz y erudito escritor. Incluso mejor orador. Don Emilio Serrano. Su pérdida, no por más o menos esperada, deja de ser trágicamente dolorosa. Fue Collera (Ribadesella) el sitio que le vio nacer hace 92 años, y el que lo ha visto partir para siempre, con su maleta repleta de sueños, ilusión y esperanza, como él mismo decía.

Así se truncó la vida de un extraordinario empresario, apasionado de su destilería Los Serranos, que queda indeleblemente marcada por su tenaz y eficaz trabajo a lo largo de una dilatada vida. De ella fueron testigos -y aprendices- sus familiares, que continuarán con la noble tarea entre alambiques y frutos, de los que emanan esos licores almacenados con mucho mimo a lo largo de una próspera vida en su bodega, tan embriagadora como el fulgor y amor que puso en el cuidadoso fermento de sus variados mostos.

Se me hace duro, al igual que a sus entrañables compañeros y amigos Fernardo Delgado, Francisco Rodríguez y Manolo García Linares; todos ellos escuderos de ese grupo de "Los quijotes", donde germinó la semilla de una amistad inquebrantable fertilizada por tertulias y conversaciones insuperables. Tristemente, el tiempo lo va reduciendo –solo en cantidad, nunca en calidad, honradez y sinceridad–, y el último en despedirse ha sido Emilio.

Esbozar este humilde réquiem es lo menos que podía hacer por la pérdida de tan notable quijote. Varios de ellos, de una u otra forma, han dejado huella en nuestro barrio gijonés de La Guía y sus fiestas. El primero, Manolo García Linares, cuya obra engalana la entrada a nuestro barrio con esa familia que mira al Piles y, de forma continuada, también lo ha hecho en varias ediciones de nuestras fiestas. O Fernando Delgado, a través del que nuestro barrio se ha hermanado con el pueblo de Morcín. Y también Francisco Rodríguez, con el que tuve el placer de haber trabajado en el Consejo Social de la Universidad de Oviedo.

Y, como no, Emilio Serrano. Su figura no se puede borrar de la memoria de varios vecinos de La Guía, testigos de su buen hacer cuando visitamos la bodega de Los Serranos y disfrutamos de sus licores y entrañable humor. Algunos de ellos, al igual que él, ya se han despedido de este mundo, pero seguro que disfrutan de uno nuevo que Emilio ya vislumbra en lo alto de la montaña, guiado siempre por su Virgen de La Guía.

Dejo para otras reseñas sobre su figura, que no faltarán, los indudables méritos literarios cosechados en su obra escrita, publicada en libros y en este mismo periódico. En su tierra le reconocieron como Hijo Predilecto de Ribadesella y Medalla de Plata de Asturias. Ahora, ese reconocimiento se hace eterno, persistente como el aroma de un licor imperecedero estrujado de los frutos de la tierra astur y madurado en barrica añeja. Hasta siempre, amigo.

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