Opinión
Con la fuerza de tifones y danas
Las consecuencias del cambio climático
La asturiana Raquel Fernández es directora de Comunicación de Unicef en Vietnam
La ristra de once tormentas tropicales que ha azotado Vietnam este año ha dejado un saldo de casi 240 muertos y desaparecidos. 80 de ellos a manos de Bualoi y Matmo, dos tifones que se pusieron de acuerdo para castigar a las provincias del norte y del centro casi al mismo tiempo. Las riadas y argayos gigantes provocados por Bualoi desde el 29 de septiembre arrasaron más o menos las mismas zonas que Matmo una semana después. Escuelas cerradas que siguen sacando barro por debajo de la marca de agua sucia a 4 metros de altura, servicios de salud interrumpidos, miles de familias sin agua medio potable, casas destruidas, cosechas y otros medios de vida arruinados y, así, una lista muy larga.
Este panorama no nos resulta ajeno en España, donde tras la tragedia de la dana el año pasado, las alertas rojas ponen los pelos de punta este otoño. Otro tanto se puede decir de todos los lugares que en los últimos años vienen padeciendo inundaciones sin precedentes, fuegos salvajes como los del pasado verano, o la peligrosa subida del nivel del mar. Algunos países de islas del Pacífico están tan al límite que Australia ha creado un visado especial para acoger a refugiados climáticos de esta zona, con preferencia para los habitantes de Tuvalu.
Esto acaba de empezar, y no va a parar. Ya hace rato que estudios científicos vienen avisando de que la intensidad y frecuencia de los fenómenos meteorológicos extraordinarios seguirán en aumento. Las soluciones también están claras en los análisis científicos, y en el Tratado de París, pero los negocios y la política van por otro lado. Como si ellos o sus sucesores pudieran librarse de la que se avecina, como si la fuerza destructiva de todos estos fenómenos no fuera suficiente para darse cuenta de que no hay quien se libre y para saber que el coste de los desastres supera con creces el coste de prevenir antes que lamentar.
Negar la amenaza del cambio climático y su impacto a fecha de hoy es tan difícil de justificar como sostener que la Tierra es plana. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos en los que los científicos han sido condenados, vilipendiados o ninguneados. Con la diferencia de que estamos en el siglo XXI, una época en la que contamos con el conocimiento acumulado de siglos sobre el planeta, más la capacidad técnica y tecnológica más avanzada de nuestra evolución. Así que el trabajo científico de este siglo es tan avanzado y basado en evidencia que resulta inaudito, además de peligroso para las vidas de muchas personas, que haya gobiernos, instituciones y poderosos grupos económicos "en contra" de la acción climática o haciendo chistes sobre ello.
La buena cara de este pedazo de nuestra historia la ponen la gente de a pie, saliendo a la calle a limpiar el lodo, a ayudar al vecino, a elevar su voz para reclamar soluciones con esa fuerza de la naturaleza humana que no están usando quienes pueden traer soluciones con solo tomar decisiones. Los voluntarios de la dana, los afectados recomponiendo la vida tifón tras tifón, las personas que hacen donaciones para ayudar a otros, los jóvenes que exigen medidas drásticas a los poderosos del mundo y, sí, los esfuerzos de las Naciones Unidas y de algunas administraciones públicas, van abriendo camino. No podemos parar hasta que existan políticas coordinadas y eficientes de prevención de desastres, de preparación de países y ciudadanos, y de respuesta a emergencias. No es difícil, solo hay que aprender de países entrenados hace rato, y recordar que el gasto no es una excusa. El coste en vidas y destrozos de infraestructura, servicios esenciales, vivienda y medios de vida, puede ser un negocio para unos pocos, pero sale desorbitadamente caro para las familias, los países y el futuro.
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