Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión

Silencios que delatan

Silencios que delatan

Silencios que delatan

La concesión del Nobel de la Paz a María Corina Machado, en la más sombría y dolorosa clandestinidad, es un gesto de reconocimiento al coraje individual y la valentía civil frente a la claudicación de gobiernos atrapados en complicidades de quienes mienten por defecto.

Al mismo tiempo es una interpelación directa a un régimen represor que perdió las elecciones, dio un autogolpe, canceló al ganador y usurpó el poder.

La biografía de Machado –perseguida, inhabilitada, amenazada– es la de una mujer valiente que ha mantenido la dignidad frente a un poder que la quiso reducir al silencio. Gracias, entre muchos otros, a ella, Venezuela es una sociedad en resistencia que no se resigna a ser un narcoestado. Y lo ha hecho sin renunciar a la esperanza.

El premio honra también a millones de venezolanos sometidos a un experimento autoritario que dura ya un cuarto de siglo: a quienes protagonizan la mayor diáspora del siglo XXI, obligados a emigrar bajo la odiosa afonía de mutismos y tibiezas y a los que resisten en su tierra entre servicios públicos colapsados y carencias básicas.

No es un Nobel simbólico, pero resulta incómodo. Sitúa al «hijo de Chávez» ante la disyuntiva de seguir reprimiendo, con el consiguiente coste internacional, y obliga a las cancillerías a definirse.

En términos históricos, devuelve a América Latina a la escena moral de la democracia y expone la cobardía de quienes, mirando hacia otro lado, se enriquecen con turbios negocios, sin hacer ruido y con risita de conejo. Señala, también, que aún hay liderazgos capaces de encarnar una esperanza política sin armas, sin claudicaciones y sin exilios voluntarios.

Silencios que delatan

Silencios que delatan / LNE

Machado –que no tiene ejército ni recursos, pero sí palabra y prestigio– lleva más de dos décadas desafiando al chavismo. Cuando fue elegida la diputada con más votos en la historia del Parlamento venezolano, se enfrentó a Hugo Chávez en un célebre debate televisado y lo acusó de robar a los venezolanos de a pie mediante las expropiaciones. El presidente respondió con sarcasmo: «Las águilas no cazan moscas», dándose a entender como águila frente a una simple mosca. Fue despojada arbitrariamente de su escaño, pero nunca de su voz.

El Nobel, que remueve conciencias en el mundo entero, no reconoce la conquista del poder, sino algo más difícil: la perseverancia en la dignidad. Ese galar-dón le otorga legitimidad internacional, pero también una carga: transformar el reconocimiento en impulso real para un país devastado. La incógnita es si quienes hoy la aplauden estarán dispuestos a acompañarla mañana.

Su liderazgo ha permitido reconstruir una oposición fragmentada y dotarla de cohesión frente a la represión. Aun a costa de su seguridad, ha optado por permanecer en Venezuela, decisión que el jurado noruego acentuó como inspiración a millones. Ojalá el Nobel sirva, al menos, para proteger su vida.

El contraste es elocuente: la dignidad de quien exige elecciones libres, instituciones independientes y libertades básicas frente a la brutalidad de un poder corrupto y militarizado, con una estructura delictiva sustentada en petróleo, drogas y corrupción.

Esa misma dignidad contrasta con el silencio sepulcral de parte de la comunidad internacional, que lleva años traqueteando entre la condena simbólica y la indiferencia pragmática.

El caso español es paradigmático. Ni el Gobierno ni la Casa del Rey han felicitado públicamente a Machado. ¿A qué se debe? Mantener un silencio ominoso huele a complicidad con el chavismo. ¿Acaso se temen represalias por mor de una elemental cortesía?

No felicitar a Machado significa, de hecho, alinearse con la opresión bolivariana para no disgustar a sus socios. Los simulacros elusivos de los ministros –con la lúcida excepción del ministro pinciano que ha llamado a la dictadura por su nombre– cuando les preguntan por MCM solo pueden responder a una orden explícita. Al no aclararse, crece el recelo de que no se puede explicar.

Las opacidades esconden intereses políticos y económicos que pesan más que los principios democráticos. Esa prudencia calculada equivale, en la práctica, a una claudicación moral. ¿Habrá alguien que entienda este apaciguamiento?

El Nobel irrita a quienes se niegan a reconocer que Venezuela es una dictadura inicua, con presos políticos y fraudes electorales. Machado lo recibe como lo que es: un respiro para un pueblo que busca la libertad. Y un recordatorio de que la esperanza, aunque acosada, aún puede abrirse paso.

Poco después de conocer la noticia, todavía obligada a vivir escondida en su propio país, su primera reacción fue humilde y compasiva: «Necesito que alguien me abrace».

Tracking Pixel Contents