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Opinión

La mutación nuclear de Teresa Ribera

Bruselas cambia los principios de quien fue ministra de Transición Ecológica

Hubo un tiempo —no tan lejano— en que Teresa Ribera se subía al púlpito verde y predicaba con vehemencia el evangelio del kilovatio puro. Su teología de la liberación climática consistía en cerrar las térmicas, demonizar el átomo y entonar loas al fervor fotovoltaico con loas del cantar de los cantares. La nueva moral ecológica se imponía como un credo y la entonces vicepresidenta se ofreció a pastorear las verdes campiñas de las energías limpias.

De ministra, Teresa Ribera vestía la etiqueta verde como si fuera un certificado de pureza, pero le mandaron de un puntapié a Bruselas, ese spa del pragmatismo donde las convicciones se deshacen a 27 grados, y la comisaria descubrió que lo nuclear no era la hidra de tres cabezas, sino una señora muy respetable que aporta estabilidad energética y emisiones cero. Ahora defiende el átomo con el entusiasmo del converso que ha visto la luz... radiactiva.

¿Recuerdan aquella ministra que clausuraba centrales como quien mata dragones a espada? Pues ha vuelto, vestida de tecnócrata, dispuesta a convencernos de que el uranio también verdea. Groucho Marx lo explicó mejor: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. Teresa Ribera, por lo visto, los tiene por temporadas. Parecería que la comisaria ha mutado, como los perros de Chernobyl.

En España apagó los reactores; en Europa los bendice. Tal  vez no haya cambiado de ideas: solo de tarifa. Pero que alguien que fue abanderada del apagón térmico ahora reclame el rescoldo atómico tiene la gracia amarga de la farsa.

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