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Opinión

La cultura del vino

Se bebía y se bebe mucho, lo que tiene una alta incidencia en el cáncer: ya no se recomienda el consumo moderado

Joseph Towsend fue un clérigo y médico inglés que visitó España entre 1786 y 1787. Entre las muchas observaciones que recoge en la publicación "Un viaje por España", nos dice que los asturianos apenas beben vino. Hacía unos 20 años que Gaspar Casal había descrito el "mal de la rosa" lo que pronto se denominó pelagra. No se sabía que la causa era una alimentación basada en maíz, un cereal robusto que se había rápidamente aclimatado a Asturias, suelos pobres, clima difícil para el trigo. Towsend denuncia la dieta de los trabajadores y campesinos a base de leche, castañas, legumbres y pan de maíz. La contrasta con la de los ricos en la que abundan las carnes, pescados y el vino. Precisamente con una dieta rica en carnes curó Casal alguna pelagra. Sin saber por qué. Este médico llegó a Asturias quizá huyendo de Madrid porque su título era dudoso, protegido por el segundo duque del Parque, el que construyó el magnífico palacio en la plaza Daoíz y Velarde en el Fontán. Influyó para que el ayuntamiento lo contratara a expensas de los arbitrios del vino, de manera que cuánto más se bebiera, más ingresaba la corporación, mejor podía retribuir a los galenos. Eran entonces dos. Pero se bebía poco porque no había dinero. Los campesinos, que eran casi todos, tenían una economía de subsistencia.

A finales del XIX, con la incipiente industrialización la cosa cambió. Los mineros tenían salarios, ínfimos pero suficientes como para gastar en tabernas. El consumo excesivo y sus consecuencias preocuparon a uno de los médicos más prestigiosos del siglo XX de Asturias: Arturo Alvarez Buylla. Escribió un opúsculo que tuvo mucho éxito con el título "El alcoholismo y la tuberculosis" cuya tercera edición, que es la que tengo, es de 1902.

Las primeras palabras son demoledoras: "dos enfermedades terribles amenazan acabar con la raza humana…". Su interés por el bienestar de los pacientes que atendía lo llevó a preocuparse por la salud pública, una disciplina que había despegado en los últimos años del XIX. En ese contexto nace esta obra que merece elogios aún hoy día. Comienza describiendo qué es el alcohol, dedica un apartado a los males que produce, se fija sobre todo en las mentales y sus consecuencias pero no descuida sus estragos en el cuerpo. Apoyado en diversos pensadores, concluye que dado que la embriaguez es un gran peligro social, el alcoholismo es un delito y le toca a la ley corregirlo. Porque los deberes del ciudadano, para el autor, son perpetuar la especie, procrear una generación sana, educar a la progenie. Y eso no lo puede hacer el alcohólico.

Ahora preferimos examinar el problema desde una perspectiva en la que el sujeto está influido, e influye, en el ambiente del que alcohol forma parte. Que lo use no depende no solo de su apetencia, debilidad o satisfacciones inmediatas, es más importante la influencia social en cuanto a disponibilidad, precio, aceptación etcétera. Pero siguiendo con el doctor Buylla, adelantándose a los economistas de la salud, cita que la bebida alcohólica cuesta nada menos que 4 millones de francos en Europa. A esos gastos directos hay que añadir, siempre, según el autor, el coste social del deterioro de la salud de sus miembros, días perdidos de trabajo, gastos médicos, medicinas, policía, cárceles casas de salud, manicomios etcétera.

La relación entre el consumo excesivo de alcohol y altercados sociales, peleas, accidentes es inversamente proporcional al nivel cultural. En los países menos desarrollados los fines de semana se producen muchas embriagueces que se acompañan de accidentes por violencia y tráfico. Era lo que pasaba en Europa y Asturias. Por eso, como problema de orden público se proponía encarcelar a los borrachos.

Esa estrategia de abordaje del alcoholismo culpando a la víctima, no impide que Buylla se preocupe de la oferta. La taberna es el lugar del crimen: se despachan malos alcoholes que se consideran culpables de la embriaguez y del comportamiento disfórico. Por tanto, hay que regularlas. Se preocupó de obtener la estadística, y aunque dice que esos números hay que multiplicarlos por diez, en sí mismo son elocuentes.

Donde más hay es en Gijón, 117 de bebidas alcohólicas y 143 de sidra y cerveza. Oviedo tiene 186 y 50. La distinción de alcoholes es por el pago de impuestos, cerveza y sidra con poca graduación. He calculado que en Avilés hay 10 tabernas por cada mil habitantes; Gijón, Langreo y Mieres tienen 7, Oviedo 5. Como en el censo de 1900 en Asturias el 40% eran menores de 15 años y la mitad mujeres, toca una taberna por cada 30 hombres adultos en Avilés. Se bebía mucho. Y se bebe. Lo vemos en la alta incidencia de cáncer dependiente del alcohol. Su consumo forma parte de nuestra manera de estar con los demás. Se habla de la cultura del vino, las bodegas compiten en arquitectura, los viñedos enamoran con su orden, desnudos en el invierno, verdes en la primavera, rojos en el otoño. Antes se admitía el moderado consumo, incluso se pensaba que era saludable, hoy ya no.

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