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Opinión

Las reglas del fuego

Juguemos. Las reglas son las siguientes: la imaginación siempre gana y tú nunca pierdes. Ha sido una sombra fiel a la que puedes acudir en caso de necesidad. O de ociosidad. Imagina, pues, que enciendes una hoguera. Sin pasarse, algo modesto. Lo haces en un jardín que no existe y en el que te sientes muy a gusto. A veces lo invisible es lo que más cerca tienes. Qué te voy a contar. Digamos que ese jardín es un refugio donde sientes un sosiego que ayuda a entender un poco más –un poco mejor– el mundo. Un hogar, por así decir, o, si nos venimos arriba, una especie de santuario de dioses que no necesitan pleitesía. En fin, un muro sin lamentaciones que no daña el silencio, sino que lo convierte en melodía de certezas. Esas llamas que imaginas son libres, imprevisibles e hipnóticas. Como la mirada de un ser querido. Y aguardan tus decisiones. El fuego que purifica siempre entiende las razones de los demás. Y se esfuerza por ayudarte a limpiar lo que envenena tu memoria. Yo qué sé: esos recuerdos a los que diste tanta importancia y que ya no te sirven de nada, esas cenizas de lo que una vez fue importante pero que se ha vuelto un estorbo. Y arrojas al fuego aquellas torpezas latosas de la adolescencia cuando la infancia reciente dejaba de ser una disculpa. Y arrojas las elecciones que permitiste tomar a otros aunque te afectaran ti. De todo tipo y rendición. Y arrojas sentimientos de dolor amoroso que –no te engañes– nunca fueron del todo auténticos. Los espejismos rotos, ya sabes. Y arrojas las ausencias que llegaron a traición, o los errores que te hicieron cometer actos impuros e inmaduros por confundir las cosas del querer con las bobadas de los sueños impostores. Y arrojas las heridas que abriste en hieles ajenas sin pretenderlo pero sin comprenderlas. El fuego aguarda tus promesas abandonadas por miedo, tus oportunidades perdidas, tus (des)engaños desvanecidos como sombras al nacer el día. Lo bueno del fuego es que no te pide explicaciones y te deja libre para recordar lo que de verdad importa, lo que se niega a ser cenizas a la espera del viento.

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