Opinión
La virtud de escuchar
Estamos perdiendo cada vez más el don de escuchar
Byung-Chul Han "La crisis de la narración"
Escuchar parece sencillo, pero ¡qué difícil es conseguirlo! Escuchar debería considerarse una gran virtud. Aunque ni siquiera figure entre las grandes virtudes, es imprescindible en todas ellas. No puede haber justicia, ni prudencia, ni generosidad, ni bondad, ni comprensión sin escuchar.
Manifestar que si escuchásemos de verdad mejoraríamos el mundo no es ninguna exageración, es señalar una condición sin la cual es impensable lograrlo.
La gran actriz Meryl Streep afirmó cuando le entregaron el premio "Princesa de Asturias" de las Artes: "En este nuestro mundo cada vez más hostil y volátil, espero que podamos hacer nuestra otra regla que se enseña a todos los actores: lo importante es escuchar".
Pero no hay ninguna profesión ni ninguna relación que no requiera esa virtud. El periodista y escritor José-Miguel Ullán aseguraba: "Escuchar debería ser la tarea cimental de todo escritor". Resalto la palabra "cimental", ya tan poco usada, aunque siga alojada aún en el diccionario de la RAE. Quiere decir que es fundamental, que forja los cimientos sobre los que construir algo.
Es fundamental y, sin embargo, topamos con demasiada frecuencia con personas que padecen lo que podemos llamar "sordera del otro". Esas personas solo hablan de ellas. Sus discursos circulares empiezan, se desarrollan y finalizan en la apabullante geografía de su yo.
Entre los políticos, no escucharse resulta clamoroso. Destacados dirigentes han taponado su recipiente de escucha. No oyen más que el eco de sí mismos. Su arrogancia, su soberbia, su cerrazón mental son el candado de tres llaves que los cierra a los demás.
Esta carencia se encuentra muy extendida en la vida cotidiana. Los y las no escuchantes oyen lo que se les dice solo como un trampolín para darse impulso y largar un parloteo interminable sobre lo que le pasó a él, a un familiar o a cualquier otra persona. Los sordos de los otros, nunca se interesan por lo que se les dice. Y extraen conclusiones sobre los demás sin preguntarles ni tenerlos en cuenta.
Interesarse por el otro es salirse de sí mismo. Y los no escuchantes, no parecen estar dispuestos a dejar su burbuja egocéntrica y emprender el generoso viaje que les llevaría del territorio del yo al territorio del otro. Usan su yo –lo que ellos viven, consideran y sienten– como el único patrón para medir a los demás.
La infancia es la etapa de la vida más afectada por esa sordera desatenta. A las niñas y a los niños se les habla mucho y se les escucha poco. De acuerdo con el catedrático de psicología Marino Pérez Álvarez: "Cuando todo parece girar en torno a los niños, solamente falta una cosa, saber escucharlos".
Nadie nace con sordera de los otros, ni siquiera los verdaderos sordos, los que llegaron al mundo sin la capacidad auditiva o la perdieron a causa de una enfermedad o de un accidente.
Escuchar es algo que podemos aprender igual que hemos aprendido a no hacerlo. Un esclavo que consiguió su libertad en Roma y llegó a ser un renombrado filósofo, Epicteto de Frigia, aseveró: "Así como hay un arte del bien hablar, existe un arte del bien escuchar."
Sí, es un arte prodigioso que aprendemos los seres humanos al relacionarnos con las personas que nos quieren y nos cuidan desde que salimos del útero materno. Y lo aprendemos de manera muy eficaz, ¡qué curioso!, cuando nos cuentan cuentos.
Los cuentos –que no son mentiras, sino la forma de contar la verdad de otra manera– afinan nuestros tres oídos: el oído emocional, el oído racional y el oído relacional. Los cuentos ejercitan la escucha. Son vida en acción: muestran circunstancias, emociones y problemas de seres con los que podemos identificarnos. Nos ayudan a descubrir a los otros y a entenderlos. Y también a entendernos a nosotros mismos viéndonos en el espejo de esos otros.
El filósofo Byung–Chul Han (premio "Princesa de Asturias" de Comunicación y Humanidades 2025) habla de la relación entre contar y escuchar: "Narrar y escuchar con atención se requieren mutuamente. La comunidad narrativa es una comunidad de personas que escuchan con atención".
Va a ser precisamente en relatos escritos para niños, concretamente en esa literatura infantil que sirve para todos, donde encontramos a dos grandes escuchadores. Uno es el Señor de la Oreja Verde, creado por el escritor italiano Gianni Rodari en un inolvidable poema-cuento. Con su oreja verde, ese singular personaje es capaz de oír a los árboles, a las piedras y a las nubes que viajan", pero oye, sobre todo, "a las niñas y a los niños cuando cuentan cosas que a las orejas maduras les parecen misteriosas".
El otro personaje es Momo. Fue creado por el escritor alemán Michel Ende. Momo es una niña capaz de escuchar de una forma singular. "Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él. ¡Así sabía escuchar Momo!".
Escuchar de verdad es una virtud imprescindible, una virtud cimental para revitalizar los frágiles lazos de la convivencia. Y se aprende ejerciéndola día a día.
Vuelvo a Byung–Chul Han: "Las historias, al fomentar la capacidad de empatía, crean vínculos entre las personas. Generan una comunidad".
En conclusión, a escuchar se aprende escuchando, pues solo construimos la deseable y necesaria comunidad cuando escuchamos.
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