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Opinión

Yolanda Díaz, en el diván de Freud

El lapsus de la ministra de Trabajo en el Congreso, de carcajada general

Sigmund Freud estaría hoy descorchando champán en su despacho vienés: no todos los días una vicepresidenta de Gobierno de un país actualiza la teoría del psicoanálisis en horario de máxima audiencia. Cuando Yolanda Díaz proclamó en el Congreso que “queda gobierno de corrupción para rato”, no hablaba ella: hablaba su inconsciente, esa criatura rebelde que se escapa entre sinapsis y micrófonos abiertos, que se toma escandalosas licencias como para decir "esta boca es mía". El lapsus de la ministra ofrece material clínico de sobra para el diván de un Gobierno de pesadilla que parece una mezcla de la parada de los monstruos de Tod Browning y de la procesión de almas en pena de Vela Lugosi.

Freud habría explicado que el lapsus no miente: solo desnuda lo que la política disfraza. Donde la ministra quería decir coalición dijo corrupción, y ahí, entre sílabas traicioneras, se deslizó toda la ansiedad que provoca gobernar entre sobresaltos judiciales, pactos imposibles y comparecencias con trazas de demolición y desgaste. Así que, más que un error, lo de Yolanda fue un diagnóstico: un espejo roto en el que se refleja medio hemiciclo, porque la corrupción, en este país, nunca ha tenido ni ideología ni vergüenza.

Puede que Díaz no se equivocara, sino que se sincerara antes de tiempo. Freud habría disfrutado de haber estado en el hemiciclo: puede que a la líder de Sumar se le escapara por la boca la represión, el sentimiento de culpa o la pulsión de transparencia. En el fondo, el lapsus de un político no es más que un ataque de sinceridad accidental.

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