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Opinión

El maná del jefe del mundo

Trump y los riesgos para la democracia

In ello tempore vagaban los israelitas por el desierto después de cruzar el Mar Rojo y en busca de la Tierra Prometida. Agotados, exhaustos de la tremenda caminata y, sobre todo, muertos de hambre no les quedó otra que protestar a Moisés: "Nos habéis sacado de Egipto a este desierto para matarnos de hambre". Y Moisés trasmitió el descontento de su pueblo a Jehová. Que le responde que estén tranquilos, la comida en forma de maná caerá del Cielo, no como en Gaza, y se van a fartucar. Y Jehová convocó a los ángeles, arcángeles, querubines y otras subespecies y les dijo que ya estaba bien de dar paseinos de nube en nube tocando la flauta, que había llegado el momento de ponerse a trabajar como Dios manda. A las vírgenes las recluyó en las cocinas celestiales y las puso a hacer tortitas americanas. Eran famosas las tortitas con miel, sabían a gloria bendita. Y así, al sexto día, cuando los judíos se comían unos a otros, vieron que el maná envasado al vacío era lanzado desde las nubes por la corte angelical. Sí que se fartucaron. Durante cuarenta años se estuvieron alimentando del maná divino hasta alcanzar el monte Nebo, y Moisés, entonces, anunció: "Ahí está, la Tierra Prometida, se acabó la sopa boba: id, ararla, cultivarla y hacer de ella un auténtico vergel". Hicieron algo más, pero esa es otra historia.

Después de 3.000 años, también les cayó del cielo a los yankis un maná sobre sus cabezas, muy distinto y escatológico. La culpa la tuvo el síndrome de colon irritable que padecía el presidente Trump. Este síndrome es muy incómodo, desagradable y de consecuencias indeseables para el entorno. Se te hincha la tripa cosa mala, los intestinos parece que tienen el baile de San Vito, los gases y las heces en el colon se acumulan y, a punto de explotar, cuando el contenido supera el continente, un retortijón de tres cruces te obliga a ventosear y cagar sin continencia, ya no eres tú, te conviertes en un zurullo de consistencia semiblanda. Y os digo más, los episodios agudos de esta innoble patología se desencadenan cuando las cosas no pintan al sujeto como él quiere, o alguien le ofende y le pone de mala leche. Así fue, a Trump le llegó la noticia de que medio país saldría a la calle a manifestar su descontento por el nuevo orden que intentaba imponer, su MAGA, que lejos de hacer América grande la empobrecía y se convertían en el hazmerreír de medio mundo. Y claro le dio el retortijón, el más intenso de su vida. Entonces, furioso, gritó: "¡Se van a enterar esos mequetrefes!". Se subió a su Phantom privado, se puso la corona de rey, y ya sobre la vertical del bosque de pancartas y ninots ridiculizando al imbécil, abrió la escotilla bajo su culo y salió mierda como para parar un tren. De nuevo el presidente Trump se cagó en sus ciudadanos, esta vez con munición real.

Lo insinuó estos días el filósofo Byung-Chul Han, flamante Premio Princesa de Asturias: "Cuando se pierde el respeto, la democracia se va a la mierda".

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