Opinión
El misterio de mona lisa
El cuadro fue robado del Louvre en 1911 y, para mantener el interés de los lectores durante el tiempo que estuvo desaparecido, los periódicos de la época inventaron una teoría tras otra sobre él
Habría que suponer que Mona Lisa, inquilina de honor del Museo del Louvre, andaría estos días con la sonrisa torcida si Leonardo no se la hubiera dejado eternamente congelada. El robo de las joyas de la Corona francesa, hace una semana, se produjo en la galería Apolo, relativamente alejada de la sala de los Estados, donde se exhibe "La Gioconda", pero la conmoción que ha hecho temblar al país no habrá dejado de sentirse donde ella está.
En asuntos criminales Mona Lisa tiene experiencia. La han apedreado, le han arrojado pintura y hasta sopa, y en 1911 la robaron. Estuvo dos años desaparecida, hasta que la impaciencia o la impotencia del ladrón, probablemente ambas, lo traicionaron.
Si "La Gioconda" era mundialmente famosa antes, después de aquello lo fue a escala universal, y como la estupidez humana se mueve a una escala similar, también universal, su retrato batió su récord de visitas estando ausente: parisinos y turistas hicieron interminables colas a las puertas del museo tras el robo para contemplar el hueco vacío que el ladrón había dejado en el salón Carré.
El ladrón en cuestión resultó ser un antiguo empleado del Louvre, un tipo sin mucho genio ni ingenio, que se ocupaba de labores de mantenimiento. Era un inmigrante italiano, se llamaba Vincenzo Peruggia y cuando lo detuvieron justificó su delito con razones patrióticas. Él sostenía, aunque no era cierto, que el retrato de Mona Lisa había sido robado por Napoleón en sus campañas por Italia y que a Italia debía volver.
El plan de Peruggia no era muy sofisticado. Entró en el Museo en vísperas del día de cierre semanal, se escondió, descolgó el cuadro y lo sacó de la vitrina que él mismo había fabricado, separó el lienzo del marco, lo tiró, guardó la tela doblada bajo su ropa, un blusón blanco que usaban los empleados del Louvre, y, cuando al día siguiente el Museo abrió sus puertas al público, salió tranquilamente por la puerta.
Escondió la pintura es su apartamento de París y allí la mantuvo durante los dos años siguientes, sin saber qué hacer con ella. Durante ese tiempo, sin rastro de la obra ni del ladrón, para mantener viva la noticia, los periódicos lanzaron una teoría tras otra sobre la autoría del robo y el destino de "La Gioconda", cuando las agotaron siguieron explotando el interés de los lectores con fabulaciones sobre la identidad de la retratada, a cada cual más extravagante. Ahí empezó a forjarse el misterio de la Mona Lisa, que, en verdad, no es más que una matrona italiana, Lisa Gherardini, casada con un acaudalado florentino, Francesco del Giocondo, que quiso honrarla encargándole su retrato al artista de moda.
Peruggia no estuvo hábil, no tenía contactos para colocar la obra, dio un paso en falso y se perdió. "La Gioconda" regresó a Francia, después de una breve gira por Italia, en diciembre de 1913. La buena esposa florentina volvió al Louvre convertida en icono universal, en la obra más reproducida y más tuneada de la historia del arte.
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