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Opinión

No hace falta decir nombres

Los escritores realmente importantes no suelen darse importancia. No son inmunes a unas inciertas dosis de vanidad a menudo sarcástica, pero no se embadurnan con ella ante los ojos de los demás para que les rindan pleitesía de baratillo. Son gente que no convierte el don de contar historias y hacerlas vivir con talento en un adorno falaz con el que destacar y reclamar atención. Su mayor preocupación no es deambular por los platós de televisión pavoneándose con plumaje artificial, ni ganar distinciones bien remuneradas con libros que solo sirven como solución rápida para un regalo navideño, ni aparecer en las listas de los más vendidos (que no siempre es la de los más leídos). A menudo son creadores inseguros que nunca están satisfechos del todo con lo que han hecho porque piensan que podían haberlo hecho mejor, y por eso no es fácil que caigan en la arrogancia, en la prepotencia, en la chulería de otros publicadores (me niego a llamarlos escritores) que se jactan de sus tramas previsibles, que presumen de su estilo insípido, que sacan pecho de sus personajes de cartón piedra, que buscan el aplauso fácil ganado con el menor esfuerzo posible. Y es que los escritores que valen la pena (y se puede decir lo mismo de cualquier profesión) luchan a párrafo partido para trabajar cada coma, cada adjetivo, cada verbo como si les fuera la vida en ello. De hecho, les va la vida en ello. Y no pierden el tiempo ante el espejo de la autocomplacencia pomposa. La humildad no es sinónimo de talento, claro. Hay magníficos autores que eran (y son) prisioneros de un ego descomunal, pero no duden que tras esa fachada se esconde alguien con muchas dudas, que respeta su oficio y trabaja para ofrecer lo mismo de sí mismo y sentir orgullo por el esfuerzo. Sin alardes ni petulancias. Alguien que ve en la página en blanco una oportunidad para construir belleza, o destruir miserias, o dialogar con fantasmas propios y ajenos. Alguien que busca lectores exigentes. Alguien que contagia amor por la literatura que nos hace mejores, no por la mercancía perecedera de usar y tirar.

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