Opinión
La síntesis del desencanto
En Perpiñán, con solemnidad y unanimidad de los fieles, el expresident catalán movió su pieza maestra al comunicar con gesto calculado la decisión de cortar amarras. Entre la épica y la táctica, jugando con la ambigüedad que mejor domina.
Los argumentos, conocidos: incumplimientos acumulados en la amnistía, traspaso de inmigración y reconocimiento del catalán en la UE. Lo que ayer eran promesas solemnes hoy pasan a ser deudas vencidas. Cuando el socio imprescindible te retira la confianza la resultante es un hecho político con mayúsculas, que sitúa al retador en el centro del escenario.
¿Acto de dignidad o de estrategia?
Los independentistas reivindican no ser convidados de piedra: si no se cumplen los pactos, se abandona la mesa. También hay cálculo electoral: de presión para arrancar nuevas concesiones y de reafirmación de la identidad frente al independentismo contendiente y correoso.
En la M30 se miden las consecuencias. La legislatura se tambalea cada vez que un socio decide tensar la cuerda, pero esta vez el gesto tiene más densidad. Se trata de un aliado nada menor: sin sus votos, el aritmético equilibrio parlamentario se desploma o se convierte en un viacrucis para cada votación.
El desafiado podrá seguir apelando a la resistencia y a la negociación, pero la ruptura erosiona su imagen de fiabilidad y lo presenta como un socio incapaz de cumplir lo pactado.
La mesa de diálogo pierde sentido si uno de los protagonistas se levanta, el separatismo apresa un argumento para denunciar la falta de avances y, quien ha estado ocho años esquivando las Salesas, refuerza su papel de guardián de las esencias, frente a un contrincante en la progenitura de la secesión, atrapado en la institucionalidad autonómica.
En el fondo, late un problema más profundo: la política española acostumbrada a firmar pactos que luego no sabe —o no quiere— consumar. Lo que se gana en titulares se pierde en credibilidad. Y cada incumplimiento alimenta el círculo vicioso de la desconfianza, la teatralización y la ruptura.
¿Y ahora qué?
El pacto de investidura —tan celebrado hace apenas dos años— se evapora como si nunca hubiese existido. La consulta a la militancia probablemente confirmará la decisión. El futuro inmediato de la legislatura se jugará en la contienda de narrativas, más que en los escaños o en el BOE.
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