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Opinión

Cultura, ciencia y tecnología

Reconciliar dos formas distintas de comprender la realidad

Cuando se habla de "cultura", la imaginación suele dirigirse hacia las artes: la literatura, la pintura, la música, el teatro o el cine que son manifestaciones indiscutibles del talento y la sensibilidad humanas. Sin embargo, pocas veces se incluye a la ciencia, y probablemente sea la más poderosa de nuestras creaciones culturales. Si la cultura "es el conjunto de saberes, valores y expresiones que definen a una sociedad", la ciencia es una de sus columnas vertebrales. Su método, su curiosidad y su capacidad de duda son también formas de sensibilidad. Enseñar ciencia, divulgarla, disfrutarla, debería considerarse un acto cultural tanto como asistir a un concierto o visitar una exposición.

La ciencia no nació para sustituir al arte, sino como una forma más precisa de filosofía. Galileo, Newton o Darwin fueron pensadores movidos por una curiosidad profunda para comprender el mundo sin recurrir a dogmas. Frente a la especulación, propusieron la observación y la prueba. La ciencia no nació para deshumanizar el conocimiento, sino para hacerlo más riguroso.

Resulta paradójico que, en una sociedad tan tecnificada como la nuestra, la ciencia siga ocupando un segundo plano en la conversación cultural. No se trata de contraponerla a las humanidades, sino de reconciliarlas. Porque ambas persiguen lo mismo: comprender la realidad. Con el paso del tiempo, hemos ido separando ambos territorios (el del arte y el de la ciencia), como si la belleza y el conocimiento pertenecieran a mundos opuestos. Si hay belleza en una sinfonía, también la hay en una fórmula matemática que traduce una Ley de la naturaleza al lenguaje matemático, aunque exija mayor conocimiento para comprenderla. Paul Dirac decía que si una ecuación era bella (sencilla, simétrica y profunda), probablemente era cierta. El descubrimiento de una ley física o el hallazgo de una cura son expresiones de creatividad humana.

Gracias a la ciencia y a la tecnología (su aplicación práctica), vivimos más tiempo, viajamos más lejos y nos comunicamos mejor. Ha cambiado radicalmente nuestra manera de entender el cuerpo, la mente, la materia y hasta el cosmos. Y, aun así, en el discurso cultural, la ciencia sigue apareciendo como algo ajeno al espíritu. Mientras celebramos a los artistas en los escenarios, los científicos y tecnólogos trabajan casi en silencio, transformando el mundo.

La ciencia es mucho más que un conjunto de teorías: es una forma de mirar el mundo y transformarlo. De su mano avanza la tecnología, que convierte el conocimiento en soluciones concretas para la vida cotidiana. Desde la medicina hasta la comunicación digital, cada progreso tecnológico tiene detrás una idea científica que lo hizo posible. En esa alianza entre ciencia y tecnología se revela el verdadero poder de la ciencia: descubrir para mejorar, y así seguir ampliando los horizontes de la humanidad.

Reivindicar la ciencia no es restar espacio al arte, sino ampliar el horizonte de lo que entendemos por cultura. La ciencia nos enseña a mirar con rigor y a pensar con libertad. Y esas son virtudes profundamente humanistas.

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