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Opinión

Bajo al bar

Más de mil municipios de España tienen un solo bar. "Me voy al bar". No hay equívoco. La frase no admite dudas, no hay que preguntar a cuál. Ahora, con la norma que va a prohibir los patrocinios (la típica silla de Mahou o el toldo de Cruzcampo), muchos bares de pequeños enclaves, que sin esa fuente de ingresos extra no pueden sobrevivir, podrían echar el cierre.

A la España vaciada la vamos a dejar además sedienta. Tristes pueblos en los que no se puede pronunciar "esta ronda la pago yo". A saber qué excusa pone la esposa o esposo, harto de la tarde familiar, cuando ya no pueda decir "bajo al bar".

El bar de abajo es una institución española. Sirve para socializar, para ver el partidito, para echar la partida, para matar el gusanillo, que a fuerza de carajillos es cadáver hace mucho tiempo.

El bar de abajo, o el de la esquina o el de la plaza, provee de un bocadillo cuando la nevera está vacía, permite estar al tanto de los cotilleos del pueblo, calma las tardes de soledad y congrega e iguala clases sociales a la hora del aperitivo dominical. Pueblos con bar único en los que izquierda y derecha se ven obligados a abrevar en la misma barra. No sabemos si eso fomenta la polarización o la fraternidad.

Ahora te lo llevan todo a casa, pero en los pequeños municipios no funcionan a veces esas plataformas de pedida a domicilio o lo que tú quieres es que nadie te traiga nada, sino llevar tu cuerpo al calor de otros, de la tertulia, del cafelito, del te has enterado de lo de Manolo.

En España siempre hemos tenido muchos bares por habitante pero ahora nos faltan bares y habitantes. Sin bares no hay camarero que te confiese. Queda el peluquero, pero puede que seas calvo. El cura, pero puede que seas ateo.

En las grandes ciudades tampoco es que ya nos sobren los bares: están siendo sustituidos por otro tipo de establecimientos donde no saben tu nombre, está bien visto comer a la una y cenar a las siete y para estar en la barra hay que reservar. Lo próximo tal vez sea erradicar la ensaladilla rusa o cobrar por las aceitunas si van rellenas de anchoa. El bar es la iglesia del santo bebedor, la barra es el altar al que llevamos a nuestra pareja para serle fiel en la salud y la enfermedad, en el vino y la cerveza. Las leyes siempre se endurecen por el lado del placer pero aquí también hablamos de perjuicio a los negocios. Y a las buenas costumbres.

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